Las elecciones francesas presentan en su menú un dato que nos debería llevar a una serena reflexión y no por ello exenta de cierto dramatismo: la abstención alcanzó el 53%, lo que quiere decir que un 53% de los franceses con derecho a voto ha decidido en total libertad no ejercer ese derecho porque, o bien no sabían a quién votar, o bien les era totalmente indiferente qué candidato obtuviera la victoria.

El dato en sí mismo es incendiario, porque pone de manifiesto el descreimiento por parte de los ciudadanos hacia la política y la clase política, no hacia un político o un partido concreto, sino hacia la política de forma generalizada, argumentando con ese alto porcentaje de abstención que para ellos lo mismo es que gobierne el centro, la izquierda o la ultraderecha.

A lo largo de los últimos años, también en España y exceptuando contadísimas convocatorias, la abstención ha ido ganando adeptos, como si de una nueva formación se tratara, sin que sepamos muy bien qué hacer con ella, pero sí haciendo campaña contra ella, como hemos visto en las elecciones andaluzas, «días de playa hay muchos, pero para votar solo hay uno», intentando de esa forma in extremis movilizar a un electorado que por razones varias prefiere no perder un día de playa por muchos que haya, antes que confiar su voto a cualquiera de las formaciones políticas.

Y si apenas sabemos qué hacer con la abstención, aceptarla y pensar que es una moda que acabará pasando, menos sabemos asumir responsabilidades: todavía no he escuchado a ningún partido político en esta España nuestra culpándose de la misma, porque si un ciudadano decide no ejercer su derecho a voto no es porque esa mañana se haya levantado y haya dicho: «mira, que no voy a votar», no, la decisión viene de lejos, de cuando se sintió traicionado y nadie escuchó sus súplicas ni consoló su dolor, porque cada partido político andaba demasiado ocupado en limpiar sus cánceres internos para evitar que la metástasis acabara con todo.

Y lo peor es que esa desgana se ha instalado en la sociedad y los jóvenes, cada vez menos ideologizados, piensan que para qué votar si da igual que gobierne uno u otro siendo como son todos iguales.

Y al escuchar eso piensas que las frases hechas llegaron para quedarse y ponerlo todo patas arriba sin que sepamos qué hacer con la abstención, asumiendo que se trata de una opción, sin entender que esa opción nos resta libertad, derechos y convierte los días de playa en el castigo por tanto abuso desleal y tanto olvido intencionado.