Leer es como pasear por un boulevard mirando sin ser vista; por eso me gusta. Leer es descubrir en los secretos de los otros nuestros propios secretos y así desatarlos para que sean libres y dejen de ahogarnos. Leer consuela y leyendo una encuentra cosas como este texto escrito por Rodolfo Notivol: «Me gusta salir del cine emocionado. Me gusta que me haya gustado tanto Labordeta, un hombre sin más. Me gusta que, después de verla, me vuelva a parecer que el cine es lo que más se parece a la vida...». En su artículo a Notivol le gustan muchas cosas y acaba diciendo: «... Y me gusta creer que el aplauso final de la sala al terminar la proyección significa que aún no se ha apagado del todo la esperanza». Me gusta ese final porque la esperanza es como una gota delicada que muchos intentan aplastar y con la que nos retuercen hasta que se convierte en una más de todas nuestras banderas rotas.

La vida está llena de paradojas y de luces que preceden a sombras y de sombras que nunca serán luces y mientras Notivol experimentaba esa gota de esperanza con ese aplauso final, otros aplausos se producían en Italia al haber ganado las elecciones la ultraderecha con mensajes como «Por la defensa de la patria y de la familia», y yo me pregunto: ¿Acaso alguien en su sano juicio no defendería a su patria y a su familia?; todos lo haríamos. El problema surge cuando la patria y la familia de la que hablan esos partidos no nos incluye a todos, ni a todas, ni a todes, solo incluye a aquellos que son de su par e igual y navegan por aguas de intransigencia e insolidaridad, todo lo contrario a lo que las palabras de Notivol destilan: «Me gusta que Labordeta, un hombre sin más sea una obra tan sólida e intensa. Me gusta que, por un momento, en el último plano parezca que el tiempo ha dejado de ser nuestro enemigo. Me gusta no haber podido dormir bien después de ver la película...».

Y a mí me gusta mucho esa frase, la de no haber podido dormir bien, porque encierra la sinceridad más amarga del ser humano cuando algo revuelve su alma, duele en el costado y asalta el corazón, sentimientos hermosísimos y que desgraciadamente algunos seres humanos jamás experimentarán porque sus vidas no tienen banderas rotas, ni planos velados que son agrios y llenos de verdad; sus vidas, ausentes de dudas, coordinan perfección y rencor en un mismo tanto por ciento sin intentar comprender las razones y las esperanzas de los otros.