El Periódico de Aragón

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Carolina González

EL TRIÁNGULO

Carolina González

Con móvil y sin piso

Un interventor de Renfe echa de un tren a un grupo de niños de 10 años que arma bulla. Iban de excursión. Solos no, con sus profesores. De Barcelona a León. Se les acabó la fiesta en Palencia. Al parecer su comportamiento era incívico, viajaban sin mascarilla y molestaban al resto de pasajeros. Les advirtieron en varias ocasiones. Según los progenitores de los críos, solo hubo un aviso. Qué culpa tendrán los niños de ser movidos, tal y como defendía una madre en redes sociales. El otro día sorprendían también las palabras de Arturo Pérez Reverte sobre la escasa preparación de los jóvenes para la vida. El escritor apuntaba a la responsabilidad de todos. Les estamos criando hiperprotegidos, indefensos, alejados de la realidad y en unas condiciones demasiado confortables. Nada que ver con el mundo que les espera fuera. En la misma línea se posicionaba estos días Isabel Díaz Ayuso. La presidenta de la Comunidad de Madrid, que no esquiva un charco, acusaba a las nuevas generaciones de perder la cultura del esfuerzo. Señalaba como causantes al fracaso de las leyes educativas generadoras de frustración y a la transformación digital responsable de un aislamiento social inaudito, según sus propias palabras.

Desconozco cuál era el nivel de saturación de los viajeros del tren por cuyos pasillos correteaban y gritaban los chavales. No me atrevo a generalizar sobre el nivel de proteccionismo de los jóvenes teniendo en cuenta la disparidad de situaciones familiares y clases sociales que les empujan a una vida u otra. Mucho menos me aventuro a hablar del nivel de tesón de nadie teniendo en cuenta cómo está el trabajo, los salarios y la vivienda. Pero, siendo un poco generosos, convendría ponerse por un momento en el pellejo de los llamados jóvenes, en cuyo grupo metemos ya hasta los que tienen 35. Porque lo que nuestros padres hacían con 20 ahora lo hacemos con 30 y hasta con 40. Ellos se sacrificaron por mandarnos a la Universidad e incluso al extranjero porque pensaban –y así era– que nos garantizarían una vida más próspera que la suya. Nada más lejos de la realidad. Tenemos móviles de última generación, viajamos con suma facilidad y gozamos de una libertad nunca vista. Sin embargo, aun encontrando un empleo para el que requieren estudios superiores, la mayoría es mileurista y tiene un contrato temporal. Tampoco puede comprar un piso y suerte si encuentra uno de alquiler para permitirse vivir solo. De tener coche, con el seguro y el garaje ante la dificultad de aparcar en la calle, ni hablamos. Y eso que se ahorra si puede comer en casa de los papás. ¿Vivimos mejor? Probablemente sí en cuanto a confort, pero si nos referimos a estabilidad y futuro hay que matizar mucho.

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