El Periódico de Aragón

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Los insultos y los exabruptos se han instaurado como la nueva forma de comunicación general. Nos interpelamos a golpe de grito. Nos faltamos el respeto, nos ninguneamos. Lo que antes era una excepción se ha convertido en habitual. La anomalía se ha hecho regla. Escuchar a un político lanzar todo tipo de improperios al adversario ya no sorprende. Las refriegas políticas son de una ruindad tremenda. Lo soez ha ganado la batalla.

El tono burdo y cantinero de muchas sesiones parlamentarias ha sido objeto de crítica en reiteradas ocasiones. Y con razón. Ha habido días épicos. La educación, el decoro y la inteligencia han dejado paso a la mentira, la ofensa y la demagogia. El fin justifica los medios y poco importa lanzar al aire medias verdades si eso desgasta al contrario.

En ese afán de causar un revuelo permanente, de acaparar titulares y ser vitoreado por cierto electorado ansioso de vapulear a quien sea, hasta el norte está desnortado. Esta semana, sin ir más lejos, una comisión municipal en el Ayuntamiento de Zaragoza se ha transformado en circo. Y no del bueno precisamente.

La consejera municipal hasta hace poco de Ciudadanos Carmen Herrarte, responsable del área de Economía e Innovación, se despachaba a gusto contra Irene Montero. Acusaba a la actual ministra de Igualdad de estar donde está por haber sido fecundada por el macho alfa y de estar soltando violadores a la calle. E iba más allá. Señalaba que muchas mujeres de izquierdas «están donde están porque han hecho pipí en la calle o enseñado el pecho en mezquitas, a diferencia de mujeres de centroderecha, que salen adelante por sus méritos, sin cuotas». Tal cual.

Semejante intervención es de tal bajeza que no requiere contestación alguna. Ella sola se retrata. Atacar a una mujer por sus relaciones personales es de lo más retrógrado, vil y despreciable, sobre todo si la ofensa procede de otra congénere que, como tal, habrá sentido en algún momento de su vida algún atisbo de machismo. Compartimentar a las mujeres en buenas y malas, aptas y no aptas, por su orientación ideológica o por quién le acompañe en la cama dice mucho de quien lo hace. Me gustaría pensar que fue un mal día y esas palabras no fueron más que un desafortunado calentón.

«El mundo no está entendiendo la poesía, sino la guerra y, lamentablemente, se están imponiendo las armas». Lo dijo Pablo Milanés allá por 2003. Además de un gran músico fue un gran conversador, pensador y persona a juzgar por las reflexiones que hacía. Ese es el tipo de persona que debería dominar la esfera pública. La que tiene algo que aportar a la humanidad, ganas de construir y de aportar. Le echaremos de menos, maestro. Descanse en paz.

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