Luces navideñas

Carolina González

Carolina González

Mañana viernes encienden la Navidad en Zaragoza. Las luces, ya me entienden. Las calles se vestirán de espíritu navideño y alegría consumista y los escaparates invitarán a descargar los bolsillos sin demasiada culpa. Caminaremos tranquilos, compraremos castañas y giraremos la cabeza 360 grados ante tanto estímulo a nuestro alrededor. Porque es Navidad.

Hay quien se siente más Grinch que Papá Noel. No soy de esas. A mí esta época del año me ilusiona. Recuerdo a los que ya se han ido con cariño y disfruto todo lo que puedo de los que sí están. Confieso que a mí no me pesan las sobremesas familiares y, probablemente haya muchos en mi bando, pero en el fondo está de moda hacerse el duro y dejar la morriña de los abrazos en el cajón. También en Navidad.

Pienso que estos días, sin embargo, habrá familias que lo pasen mal. Que les cueste sentarse en torno a una mesa porque hay sillas vacías. Quizás no muchas, pero a veces una sola ausencia te aplasta tanto el alma que te impide gozar de los que sí se encuentran esperado la cena. Posiblemente no nos demos cuenta de quién pasa este mal trago. Es habitual disimular y respirar profundo antes de seguir con la parafernalia de la fiesta. Pero recordemos que todos llevamos un peso que nos lastra. Cada uno el suyo. Cada quien, su película. Cuando encontremos la mirada de alguien recordémoslo. Nadie está totalmente limpio ni es absolutamente ligero. La generosidad también se demuestra con silencios. Especialmente en Navidad.

La mezcla de emociones que se nos vienen estas próximas semanas es formidable. La montaña rusa va a ser en algunos casos sobrecogedora. Pero no desconocida. Estamos más que acostumbrados a los vaivenes de la vida. A enfrentarnos a desafíos repentinos y a defender decisiones complicadas. Incluso en Navidad.

En estas fechas tendemos a aparcar el mal genio y tirar de paciencia. Esa que en ocasiones creemos que portamos en un saco y, en realidad, nos cabe en una caja de cerillas. Solemos pensar que somos comprensivos y empáticos, más que los demás con nosotros. El resto es quien se comporta de una forma injusta y no nos comprende. Quizá si tuviésemos la capacidad de abstraernos, distanciarnos y vernos desde arriba cambiaba, además de nuestra perspectiva, nuestra percepción de la situación. Masticaríamos las rencillas con menos rabia, menos vísceras y más temple. Más aún en Navidad.

Se vienen horas de conversaciones a veces incómodas. Preguntas a menudo improcedentes, chistes con frecuencia poco graciosos y comentarios en ocasiones hirientes. También compañías añoradas, risas casi olvidadas y sentimientos descuidados. Todo a la vez. Como la vida misma. Más que nunca en Navidad.

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