EL TRIÁNGULO

En la boca del lobo

Ángela Labordeta

Ángela Labordeta

Cada día me gusta más leer. Pero no todo, algunas cosas. Cosas que hablan de la vida y de las personas y de cómo nos queremos y nos hacemos daño, sin saber ni por qué hacemos una cosa ni la otra. Sin saber por qué dejamos escapar un amor que quizá nunca fue un amor o por qué renunciamos a ese otro que posiblemente sí era un amor. Así somos. Llenos de contradicciones, miedos y posibilidades que en ocasiones son tan improbables como la nieve en agosto. A veces leo varios libros al tiempo y alguno no lo acabo y con otros experimento el placer de saber que escribir además de ser un don, exige un orden y una catarsis sobre cosas no mencionadas que se refugian en un lugar del cerebro y en un espacio muy recóndito de nuestro corazón. Elvira Lindo ha escrito la novela En la boca del lobo, que acabo de terminar, y debo decir que me gusta, me gusta su intervención sobre el paisaje y sobre las cosas que son mudas, pero de las que todo el mundo habla, y de las vidas imperfectas, porque ninguna vida es perfecta, y de los momentos que guardas para retratar en un sola frase y que estremecen toda una vida: «te llamo mamá, porque eres mi madre» y porque hay fantasmas de los vivos igual que de los muertos.

La novela se desarrolla en tierras valencianas, en una pequeña aldea, alborotada y viva en verano y sencillamente cubierta por la nieve y el silencio en invierno, y todo en ella es cotidiano y doloroso, como la vida misma y quizá en esa riña por vivir y dejar vivir esconde su gran virtud, esa que nos hace malos y buenos al mismo tiempo y cicatriza las heridas con las palabras escondidas y los pequeños detalles. En la boca del lobo hay huidas y permanencias y hay un sentimiento de supervivencia hasta cuando la muerte acosa y es una insistente realidad.

Las novelas, creo, no son un mapa definido, sino un mapa que se construye conforme el tiempo va cubriendo sus páginas y los personajes consiguen deformar el tablero a su antojo, llenos en ocasiones de debilidad y en otras de una fortaleza que supera a la propia escritura. No es fácil escribir, es más bien endiabladamente costoso y a ratos indudablemente agotador. No sé si Elvira Lindo sabía qué iba a ser de sus personajes y de esa niña que encierra en su ser todas las bocas del lobo y que con asombrosa sabiduría calla y escucha y porque calla sabe escuchar y porque escucha sabe escribir y porque escribe puede anotar sobre una página de cuaderno escolar: «hazme caso, por favor, mamá te lo pido».

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