El olor del Napalm por la mañana

Carmen Lumbierres

Carmen Lumbierres

La derrota es un estado de ánimo que se huele de lejos y la ambición de la victoria también. Convocar elecciones generales inmediatamente después de la derrota municipal parecía una buena idea para el PSOE, un giro a los acontecimientos sin dejar rumiar demasiado la pérdida. Pero la tristeza de los vencidos sigue arrastrándose días después a medida que se hacen más evidentes la salida de las instituciones, la ruptura de equipos que trabajaban ya engranados, y levantar esa sensación de desánimo a menos de dos meses es el principal reto.

No hablo de moral de victoria que ya la tienen los ganadores del 28M y resultaría excéntrico en los socialistas, pero centrar el objetivo en el 23 de julio y no elaborar listas o alianzas trabajando en la cercana posibilidad de la derrota ni pensando en la recomposición orgánica de después, ayudaría.

Colocar en posiciones de salida a ministros, líderes territoriales afines transmite la idea de prepararse para gestionar también la oposición desde un grupo parlamentario sin fisuras. Es verdad que, si los resultados les fueran propicios, esas listas correrían dejando pasar a los siguientes candidatos más vinculados a lo orgánico, pero si no es así, la desconexión entre el partido y lo institucional va a ser cada vez mayor.

Solicitar seis debates con el jefe de la oposición es también una señal del «a todo o nada», de las prisas por revertir cuanto antes un escenario que se vislumbra poco propicio y que busca la manera de virar rápido ante la tozudez de las encuestas. Salir como perdedor en una carrera es un obstáculo que hay que saber sortear, y siempre tienes la baza de la sorpresa ante las bajas expectativas. Salir de ganador con cierto menosprecio al rival hemos visto las más de las veces que se vuelve un hándicap. Encontrar el equilibrio entre la seguridad y el talante competitivo justamente tensionado es una de las garantías de que hay contienda.

El Partido Socialista ante la tozudez de los buenos datos macroeconómicos frente a la de los sondeos en la valoración de sus líderes, debe estar debatiéndose en cómo no vender la gestión, eso ya saben que no funciona, sino encontrar el relato del futuro, de la modernidad en un mundo en descomposición.

Hay que vender épica y eso lo sabe muy bien el Partido Popular, que mantiene un perfil bajo en el discurso para equivocarse lo menos posible entre el centro y la extrema derecha, pero mantiene el espíritu de victoria y los símbolos de libertad y laissez-faire prevalentes en estas sociedades desconcertadas. El insulto y el meme funcionarán entre los ultras fieles, el resto quieren que les enseñen el camino de baldosas amarillas.

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