El Periódico de Aragón

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Carolina González

Como toda la vida

Un ladrón roba en un pequeño comercio de Barcelona y pierde el teléfono por el camino; llama, se lo coge un policía y cuando acude al encuentro concertado para la devolución le pillan con el cargamento sustraído. Otros dos encapuchados entran en una sucursal bancaria en Parla y a punta de escopeta obligan a un empleado a llenar bolsas con dinero; en su huida, una de ellas se rompe y los billetes van esparciéndose por el camino.

Hay hechos sorprendentes y sorpresas convertidas en hechos. No sé cuáles resultan más ridículas. Quién iba a decir que la nueva vuelta de tuerca en el caso Rubiales sería su madre poniéndose en huelga de hombre para defender la imagen de su hijo «inocente». O la publicación de un video en el que se ve a Jenni Hermoso y sus compañeras, en plena poscelebración del Mundial en el autobús, comentar y reírse del beso que le había estampado el presidente de la Federación Española de Fútbol. Culpar a la víctima suele reconfortar a quien intenta, desde el principio, excusar al autor del abuso y auditar su comportamiento posterior, obligado; debe ser siempre lastimoso y «de libro».

Cualquier detalle puede ser utilizado por los que ansían encontrar una aguja en el pajar y sembrar la duda. Intentan desviar la atención del acto en sí mismo para dirigirla a la actitud de la víctima y dejarla en mal lugar. No han tardado en salir los ofendidos, que aseguran tener miedo de comportarse en público con las mujeres de una determinada manera por si luego acaban siendo acusados de agresión sexual. Piden actuar «como toda la vida», es decir, haciendo lo que ellos siempre han hecho: lo que les ha dado la gana. Los hombres que han actuado siempre con respeto no tienen ningún temor, el caso Rubiales no les genera más que asco. Sin embargo, aquellos que han saltado indignados sí han visto peligrar su estatus de macho impune.

La España de toda la vida a la que apelan algunos ahora es esa en la que las mujeres volvíamos a casa con miedo y nuestra madre nos esperaba despierta porque no dormía tranquila hasta que nos veía entrar en casa. Es esa en la que preguntamos a las amigas si han llegado bien. Es esa en la que nos vigilamos las copas unas a otras cuando las dejamos en la barra. Es esa en la que no vamos solas al baño. Es esa en la que normalizamos que alguien con dos copas de más nos toque el culo o nos abrace sin consentimiento. Es esa en la que siendo menores, de camino al instituto, nos escuchamos comentarios repugnantes al pasar por una obra. Es esa en la que si llevas minifalda o escote aguantas miradas indeseables. Esa en la que algunos se llenan la boca de igualdad pero la palabra feminismo les remueve las entrañas.

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