E ntre reventones de tuberías y sus consiguientes inundaciones, incendios de autobuses urbanos y colegios que parece que no llegarán a tiempo para el inicio del curso, Zaragoza también da buenas noticias. La Vuelta a España recala hoy en Zaragoza 15 años después y el Vive Latino convierte a la capital aragonesa este fin de semana en referente para los amantes de la música y de los festivales, de España y del extranjero. Septiembre es ese mes de transición que aún nos permite despedirnos del verano con cierta dignidad. Recuperamos la normalidad, pero con calma, con paréntesis de ocio, con progresividad.
Curiosamente, esa incorporación gradual a la rutina no sienta bien a todo el mundo. Retomar la conciliación se convierte, una temporada más, en misión imposible o casi imposible para familias y empresas. Padres y madres se quejan, con razón, de los peculiares horarios lectivos de sus hijos estos primeros días de curso. Hoy regresan a clase, pero parcialmente. Según las autoridades y los centros educativos, para que les resulte más fácil y menos traumática la vuelta al cole después de un verano de anarquía y relax. Sin embargo, las horas de entrada y salida trastocan la vida de sus progenitores y de las empresas para las que trabajan. Con abuelos ocupados o sin ellos (pendientes de los merecidos viajes del Imserso, por ejemplo), se ven obligados a recurrir a permisos laborales para adaptarse a los turnos escolares de estas primeras jornadas. Según Cepyme Aragón, una de cada tres horas de absentismo laboral está directamente relacionada con cuestiones educativas de los hijos: comienzo del curso, tutorías, enfermedad, jornadas continuas... Señala que el 99% del tejido empresarial en Aragón es una pyme con pocos empleados, por lo que imagínense lo que les supone cuadrar sus necesidades con los imprevistos familiares.
Quizá los períodos vacacionales también requerirían una repensada. Cada vez cuesta más hacer converger la vida personal y laboral, que discurren en paralelo la mayor parte del tiempo. Ya no solo por anomalías dentro de los períodos lectivos como la semana blanca, sino por las festividades religiosas que ya poco o nada tienen que ver con la actividad del siglo XXI. Además, nos abocan a una mayoría a coincidir en el tiempo y casi en el espacio, a provocar más necesidades de las debidas a las empresas y a no desestacionalizar el turismo. Escaparnos nos sale más caro y obligamos a determinados sectores a pasar de cero a cien unos períodos concretos. Sucede lo mismo con nuestro huso horario, alejado a todas luces de los hábitos de los españoles. Desgraciadamente, nada me hace intuir un cambio al respecto.