Mientras Yolanda Díaz visita a Puigdemont, se debate doctrinalmente la posibilidad de una amnistía o Feijóo busca un encaje del problema territorial de Cataluña, yo pienso en cómo el propio independentismo reproduce la sociedad de clases de esa serie británica de criados y señores.
Junqueras fue el vicepresidente del gobierno de Puigdemont de 2017, el que se quedó en España sin recibir ninguna información de la huida del presidente a Bruselas entre un domingo y un lunes, mientras un jueves de noviembre entró en prisión tras el auto de la Audiencia Nacional junto con siete exconsejeros más. Casi cuatro años después de su enjuiciamiento por el Tribunal Supremo, una condena por los delitos de sedición y malversación de caudales públicos, sale de prisión indultado por el Gobierno de España previa publicación de una columna periodística en la que renunciaba a la vía unilateral para la independencia. Sigue inhabilitado para ejercer cargo público hasta 2031, y aunque en 2018, Pablo Iglesias le inviste de gran protagonismo político con su visita a prisión para solicitar apoyo a los Presupuestos Generales, su influencia en la vida de ERC acaba siendo más de referente moral que de decisor estratégico porque ya se sabe que cuando se deja un vacío (obligado judicialmente) otro viene a ocuparlo.
Puigdemont no quiere pasar por todo este periplo, Junts o la antigua Convergencia sigue siendo la élite económica y social de Cataluña, y desde su residencia en Waterloo quiere negociar buscando una amnistía para todos los encausados y no procesados, que son todavía muchos, y para sí mismo. No quiere renunciar a la unilateralidad, porque sería reconocer la equivocación que supuso el 1 de octubre, y la figura mesiánica que movilizó visitas de miles de seguidores durante los primeros años apagaría para siempre su recuerdo. El agotamiento de la formación política se ha venido revelando elección tras elección, pero exactamente igual que ERC, que se fajó en la moción de censura de Pedro Sánchez y en los acuerdos de la siguiente legislatura, que abrió camino para el reconocimiento por el Gobierno de España de la existencia de un conflicto de naturaleza política en Cataluña, de la búsqueda de un espacio de negociación y la legitimación del independentismo como actor político. El desencanto de unos votantes que creyeron en una república de minutos no entendió el pragmatismo o para eso prefiero el original, votando al PSC. Todas las luces están puestas ahora en la planta noble de Junts, mientras que los fajadores siguen en el sótano. Arriba y Abajo sigue vivo, sea en una monarquía o en una república.