Las catástrofes naturales o situaciones de emergencia siguen causándome estupor. No por el desastre que dejan a su paso sino por las reacciones que generan. Ha ocurrido históricamente, no es algo novedoso: las sucesivas guerras en Europa, el terremoto en Haití en 2010, el covid… Ante la necesidad, siempre hay quien encuentra la virtud, sobre todo económica.
La tragedia que vive Marruecos después del seísmo ha despertado una ola de solidaridad internacional, también en España. El Gobierno, fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado, bomberos, equipos de rescate, iniciativas privadas… todos van a mandar efectivos o a colaborar de alguna forma para buscar supervivientes y mitigar el dolor que sufre el pueblo marroquí, que llora de momento más de 2.300 muertes y 2.000 heridos. La naturaleza ha azotado la zona de Marrakech y se ha cebado con los que viven en peores condiciones y en las casas más humildes. No obstante, el dolor no entiende de clases sociales ni de poder adquisitivo y ha destrozado la vida de miles de marroquíes con pérdidas de familiares, amigos y vecinos.
El sentido común invita a que esa, precisamente, sea la primera reacción de un ser humano. Cuando sucede una barbaridad de este calibre, ayudas como puedes y desde donde puedes, con los medios que tienes. Pero para asombro de muchos, hay quien encuentra negocio en las lágrimas ajenas. Algunas compañías aéreas han aprovechado para subir los precios de los billetes de avión forma desorbitada. Aquellos que se encontraban allí de vacaciones y deseaban adelantar el regreso, como le ha ocurrido a centenares de españoles, han tenido que desembolsar mucho más dinero por un trayecto que habrían realizado por pocos euros en un escenario de normalidad.
Situación calcada a la vivida en 2020 con la compra de material sanitario para prevenir el covid. La pandemia sacó lo mejor y lo peor de cada casa. Hubo quien se puso a hacer mascarillas y quien encontró la forma de hacerse millonario con operaciones de compraventa. Algunos le llamarán picaresca yo, mezquindad.
El horror de la muerte que sacudió Haití también provocó algo similar. Todo el mundo se volcó en ayudar a aquel pequeño país isleño para que se recuperara lo antes posible. En cambio, el tiempo desveló que gran parte de la cooperación económica que enviaron desde el resto del planeta acabó desviado a manos ajenas. En muchos casos, incluso, ni siquiera llegó al destino, se repartió entre instituciones y organizaciones que supuestamente iban a poner su granito de arena en la operación de solidaridad con el pueblo haitiano. Resulta triste comprobarlo, pero una vez más parece que la historia se repite.