El Periódico de Aragón

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Carolina González

EL TRIÁNGULO

Carolina González

Falta de autenticidad

Seguro que han pensado muchas veces eso de más vale tarde que nunca. Una disculpa, una llamada, un gesto de complicidad... «Nunca es tarde» es otra de esas grandes frases a las que recurrimos cuando sucede algo y la respuesta o la reacción llega con retraso. Buscamos el consuelo, nos quedamos con la acción y olvidamos la decepción inicial de esperar algo que se pospone en el tiempo. Intentamos dar por superado el silencio inicial, ese espacio de tiempo en el que no se oye nada y nos mantiene en vilo. Pocas cosas hay tan dolorosas como la ausencia de unas palabras que quieres escuchar con todas tus fuerzas. Hay muchos momentos a lo largo de la historia marcados por esas afirmaciones: la confesión de infidelidad por parte de Bill Clinton, la entrevista de Diana de Gales reconociendo que su matrimonio hacía aguas, el «lo siento no volverá a ocurrir» del rey emérito tras ser descubierto en Botswana cazando elefantes, muchos comunicados de solidaridad con las jugadoras de la selección española de fútbol... Existe algo peor que un perdón a destiempo y es que no sea sincero. La impostura, como la mentira, tiene las patas muy cortas. Difícil engañar con palabras cuando la gestualidad es claramente vacía.

Corren tiempos tardíos. Una reflexión excesiva, una desmesurada medición de las consecuencias de unas palabras aparentemente espontáneas o una fiscalización de cada palabra que pronunciamos en público ayudan poco. Aunque también hacen exactamente lo contrario: intentar dar una imagen que no se corresponde con la voluntad real. Pero si en algo nos estamos especializando como sociedad es en calar al impostor. Nos hemos vuelto expertos en percibir la honestidad e intuir la sinceridad. Algo bueno tenían que tener tantas horas de televisión, redes sociales y tecnologías varias. Actualmente nos cuesta más dejarnos engañar, no ver cuándo alguien tiene un interés claro de dirigirnos o encaminar nuestra opinión hacia un sentido determinado. Somos avispados en percatarnos de la autenticidad, algo que escasea cada vez más. Quizá por eso, porque cada vez es menos frecuente encontrarla, estamos ávidos de verdad. Y cuando nos la topamos, la arropamos y la defendemos a mordiscos. Belén Esteban ha sido uno de los casos más evidentes. Durante años ha mantenido legiones de defensoras, sobre todo mujeres, de su causa personal. El abandono, la indefensión y el engaño han sido sus banderas y la de millones de españolas. En cada intervención suya había rabia, pena, frustración, esos sentimiento que te conmueven y con los que empatizas. Muchos han criticado la explotación de todos ellos tantos años en televisión, pero la opinión de detractores y partidarios siempre ha sido la misma: guste o no, transmite verdad. Y eso mucho lo buscan, pero no lo encuentran porque es como el estilo: se tiene o no.

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