—¿Qué tal le va por México como entrenador de porteros del Cruz Azul?

—Tengo ascendencia mexicana, por si no lo sabía. Después de retirarme en el Nacional de Madeira estuve un año como entrenador amateur y volví al Nacional como entrenador de porteros. Hicimos unos años muy buenos, cogimos experiencia europea y me uní al equipo de trabajo de Pedro Caixinha. He estado en los últimos años con él y dimos el salto a México, al Santos Laguna. Fuimos campeones de Liga y Copa antes de ir a Catar y al Glasgow Rangers y ya de ahí al Cruz Azul, donde estamos muy contentos.

—Tiene el pasaporte lleno.

—Es lo que hay… me hubiera encantado volver a España, pero ni he tenido oportunidad ni ofertas buenas. Algunas eran de risa. Ahora estamos muy valorados en México y es un mercado muy importante. Por cierto, con el Cruz Azul también logramos ganar una Copa.

—Más bonita es una Recopa, ¿no?

—Es el título más importante de mi carrera entre entrenador y jugador, aunque la Liga en México es muy importante. El nivel de competición es muy alto y, en cuanto al futbolista mexicano, ahora está mucho más profesionalizado que cuando llegué en el 2014, porque les costaba mucho. Junto con Brasil, diría que México son las dos potencias de América y la gente está muy preparada. Y a nivel de afición… no se puede ni imaginar.

—Es malagueño y allí comenzó su carrera. ¿Tuvo que salir por la desaparición del CD Málaga?

—Sí. El año que subí al primer equipo para no frenar mi progresión me cedieron al Deportivo B y cuando acabó esa cesión volví al Málaga, pero ese verano desapareció. Aparecieron varios clubs como el Marbella o el Cádiz, pero no salieron y terminé jugando en la Balompédica Linense, de Segunda B. Ya sabe cómo va esto… equipos de Segunda B que se gastan un dineral y si las cosas no van bien te dejan de pagar, por lo que a mitad de temporada me marché.

—Entonces apareció el Zaragoza y con una historia peculiar.

—Me marché para mi casa y recibí la llamada del Zaragoza por medio de Santi Aragón, que conocía a mi padre y que ya sabía de mí. Agarré un tren y me fui para allá con la idea de que fuera para el primer equipo. Una vez que llegué al Zaragoza me dijeron que no, que era para el filial, y yo dije: «Me voy para Málaga otra vez», pero mi padre me llamó y me dijo que no fuera tonto. Hice un entrenamiento con el filial y antes de acabarlo, y no le exagero, me metieron en un coche y me llevaron a las oficinas. «Oye, que te queremos contratar para que juegues con el Zaragoza B ya», me dijeron. Fue un acuerdo rapidísimo porque no tenía nada que perder.

—¿Cómo fue el salto al primer equipo?

—Me fue muy bien con el filial y me ofrecieron contrato con el primer equipo. Cuando firmé ya me habían prometido que iba a hacer la pretemporada y a firmar con el primer equipo y me convencieron. No jugué muchos partidos, pero la gente me quería un montón para lo poco que jugué. No hubo continuidad, pero yo también metí la pata mucho.

—¿Qué pasó?

—Ahora se ve con otra perspectiva, pero mi carrera en el Zaragoza podría haber sido más larga. Nunca debí haberme marchado del Zaragoza. El gran lunar de mi carrera fue el día en el que Bahía me llamó. Jugaba poco, llegó Víctor Espárrago y me puso la cruz. Otto Konrad al final se fue… Nunca debí haberme ido porque al final entre Juanmi y yo nos hubiéramos disputado el puesto. Además me fui al Valladolid. ¡Quién iba a jugar con César Sánchez de compañero, por el amor de Dios! Estaba en el mejor momento de su carrera deportiva, pero Petón me convenció. Además, seis meses antes me quiso Antic para el Atlético e incluso me reuní con Alfonso Soláns, el padre.

—Todo un enamorado del Real Zaragoza.

—Si aún viviera, el Zaragoza estaría en Primera. El carácter era muy propio y le encantaba el fútbol y quería al Zaragoza. El hijo era un hombre más de negocios.

—¿Cómo era la competencia con Cedrún y Juanmi?

—Era muy sana. Cedrún es un pedazo de pan y a mí me ayudó muchísimo y de hecho, si tengo que agradecerle algo es que mi debut fue gracias a él, pero no porque le expulsaran, sino porque me orientó en el penalti del Compostela. Y Juanmi jugaba, pero cuando le quité el puesto se portó conmigo fenomenal. No hubo malas caras ni nada y les tengo en un altar.

—¿Se imaginaba en el verano del 94 todo lo que vino en aquella temporada en la que se ganó la Recopa?

—Nada, la verdad. Era un orgullo haber sido el único de aquel filial que subió y eso que había grandes jugadores como Roberto Martínez, Seba, Isidro... Esa pretemporada hubo un comentario que a mí me llega de Víctor Fernández en el que reconoce que yo había sido la sensación, pero evidentemente empezó jugando Andoni. Aquel año Cedrún andaba muy bien y Juanmi, cuando entró, lo hizo bien también, pero se lesionó ante el Sporting y yo, que no fui convocado en todo el año, me estrené en toda una final de Recopa de Europa. ¡En la final! Hubo un choque en el que Cedrún quedó un poco conmocionado y cuando me mandó Víctor a calentar… ¡Me cago en la leche! Me temblaba todo. Fíjese que he vivido finales como entrenador y tal, pero si hay un momento en el que sentí una sensación de frío, calor y nerviosismo, fue aquel.

—¿Qué recuerdos le vienen de aquel mágico día de París?

—Desde que salimos del hotel y llegando al Parque de los Príncipes había muchísima gente, fue una auténtica locura. Bueno, bueno, bueno… los pelos de punta con el colorido de aquel día. Como entrenador he jugado finales con ambientes de 90.000 personas, pero lo más fuerte que he vivido en cuanto a sensaciones fue en el Parque de los Príncipes.

—¿Qué hizo cuando metió el gol Nayim?

—Todos saltamos al campo y yo me fui a abrazar a Andoni en el suelo. Los porteros morimos con los porteros.

—Si le impresionó el ambiente en París, aquella celebración en la Plaza del Pilar no debió andar lejos.

—Eso me impactó, pero lo que más fue el momento de bajar del avión y empezar el recorrido hacia Zaragoza. Había mucha gente en aquella carretera desde ese aeropuerto que está en el quinto coño y lo recuerdo como si fuera la Vuelta Ciclista. No había visto una cosa igual, fue una locura. ¿Sabe qué pasa? Que en aquel partido todo el mundo era del Real Zaragoza. Es un equipo que caía simpático. ¡Hasta en Navarra creo que lo celebraron!

—¿Cuál era el secreto de aquel equipo de la Recopa?

—La amistad que había. Era un grupo muy sólido y tras cada entrenamiento se hablaba de tomar unas tapas o una cerveza. Eso sí, no me puedo incluir en ese grupo porque era muy jovencito y me gustaba entrenar e ir a casa, lo cual fue una gran equivocación por mi parte. Era demasiado profesional, pero no digo que el resto no lo fueran. No me involucré tanto y me arrepiento mucho de ello.

—Dos semanas después llegó, al fin, su debut con el Real Zaragoza frente al Compostela.

—No me lo esperaba y fue una alegría. Juanmi seguía fuera de combate y yo estaba en el banquillo, que para mí ya era un premio muy grande. Cuando vi que le sacaban roja a Cedrún dije: «Hostias, ¡qué voy a debutar!». Recuerdo con mucho cariño que cuando Andoni me dio un abrazo me susurró al oído el lado al que me lo iba a tirar. Aquel penalti se lo debo a él. La sensación de jugar en La Romareda… ese césped impecable… fue tremendo. Y la gente además, viniendo del filial, estaba muy bien conmigo. Solo tengo palabras de emoción.

—¿Cómo era aquel Víctor Fernández tan joven de la Recopa?

—La propuesta futbolística era de él. Sí que es cierto en algunas cosas quizá le faltaba madurez, porque no es igual un entrenador con 30 que con 50 años, pero es normal, pasa lo mismo en los futbolistas. A nivel de experiencias o de cómo tratar al grupo sí que había algunas carencias. De los Magníficos hablaban maravillas, pero creo que el mejor Zaragoza de la historia ha sido el de la Recopa. No fue casualidad meterle seis al Dream Team y quedó un año antes tercero con un fútbol que maravillaba a España y en esa propuesta tuvo culpa el entrenador.

—Al año siguiente de la Recopa sí que jugó más partidos y tuvo más continuidad, pero tampoco disputó demasiados minutos con el Zaragoza.

—Tuve un valedor grandísimo, que fue el presidente Alfonso Soláns (padre). Hubo un momento en el que tuve la oportunidad de ir al Atlético de Madrid y él no me dejó, no quiso. Entonces empecé a jugar en la Copa y por lo que fuera tuve la oportunidad de jugar también en Liga. No me fue mal, pero como buen chaval que empieza hubo errores y, además, tuve la desgracia, en un partido que perdimos con el Deportivo, de tener un problema en la rodilla. Aquel partido forcé, me lo callé y jugué limitado y volvió a entrar Juanmi. Perjudiqué al Zaragoza porque necesitaba victorias. A pesar de ello, la gente creo que el recuerdo que tiene de mí es bueno y se quedó con buena impresión de mí. Por eso nunca debí salir.

—¿Cuándo fue la última vez que vino a Zaragoza?

—Honestamente, salí de Zaragoza y no he vuelto todavía y estoy loco por ir. Estoy siempre por el extranjero y cuando vengo a España para 20 o 25 días me voy a Málaga o a Madrid a ver a mi hijo. Belsué siempre me dice que tengo que ir y estoy loco por volver a ver La Romareda. No me gusta nada viajar y es lo que más hago en mi vida, pero por trabajo.

—¿Qué tal ve a su hijo Javi en el Real Madrid Castilla? Lo lleva en la sangre.

—He visto su crecimiento y le he entrenado y cada día hablamos de aspectos técnicos. Es un chaval que desde bien pequeño se lo ha currado a tope. Toda la carrera que ha tenido se la ha ganado a pulso y yo nunca he tenido que llamar a una puerta. No ha tenido suerte en tener un respaldo fuerte detrás, pero siempre acaba jugando. Tiene calidad, competitividad y capacidad de trabajo y ya me está superando. En lo único en lo que le gano es que yo a su edad había sido internacional cuando era juvenil, pero él me dice que no había estado en el Real Madrid. Y es verdad (risas).