Pocas veces una voz de aquel vestuario del Arsenal se ha dignado a hablar de aquel partido que les marcó. David Hillier, centrocampista de los gunners, recuerda 25 años después los entresijos de una final que dejó huella en Highbury. La voz de la otra cara. La frustración que se oculta tras el éxtasis eterno que ha vivido el Zaragoza tras un gol apoteósico.

-¿Cómo recuerda los días previos a la final?

-Lo recuerdo todo muy bien. Nos alojamos en el hotel más bonito de París, el Tianon Palace. Parecía que estábamos en una película, aunque las películas no siempre tienen un final feliz.

-Ustedes estaban a las puertas de repetir título.

-Fueron unos días maravillosos antes de la final. Creíamos que íbamos a repetir lo del año pasado. Teníamos esa experiencia. Yo era un chaval entre gente veterana en finales y partidos importantes. Estaba muy motivado por poder formar parte de algo grande como era una Recopa.

-Dicen que París tenía un ambiente especial durante aquellos días.

-El escenario era increíble. ¿Puede haber un sitio más idílico que París para una historia bella? No solo se respiraba fútbol. La ciudad, el ambiente, la gente… Te hacía creer que esa final era distinta al resto.

-No estaba siendo la mejor temporada para ustedes.

-No eran buenos días para el Arsenal. Habían despedido a nuestro entrenador George Graham, no íbamos muy bien en Liga, estaba siendo una temporada bastante mala. Le sucedió Stewart Houston, su mano derecha, que apenas cambió nada. Nuestro único objetivo para salvar la temporada era esa final. Pero cuando piensas que nada puede ir a peor llega un gol desde más de 50 yardas y dices ‘¿por qué a mí?’.

-¿Qué se respiraba en los instantes previos al partido?

-No se me olvidará el viaje de ida al estadio. Llegábamos tarde al Parque de los Príncipes y había un atasco tremendo. Nos dijeron que muchos eran aficionados que iban al partido. De pronto aparecieron un montón de policías, unos 20 o 25, que abrieron el tráfico como Moisés cuando apartó las aguas. Fue igual. Fue absolutamente increíble. Eso te hacía prever lo que era aquella final.

-¿Sabían algo del Real Zaragoza antes de aquellos días?

-Comenzamos a saber sobre el Real Zaragoza porque algunos miembros del Arsenal fueron a hacer scouting a España para tomar informes de ellos. Algo de información teníamos. Nos gustaba Gus (Poyet), conocíamos a Nayim por el Tottenham. Pero del resto no sabíamos mucho. Cuando vimos lo que le hicieron al Chelsea todos pensamos que no eran unos novatos. No le voy a engañar, queríamos jugar la final contra el Chelsea. El Zaragoza nos quitó esa fiesta londinense.

-¿No le consideraban un grande?

-Al Real Zaragoza se le consideró un grande europeo después de la final.

-Les puso las cosas muy complicadas.

-Ya lo creo. Fue un partido muy duro. Nos costaba tener la pelota. Ellos tenían demasiado peligro cada vez que se acercaban. Yo tuve que entrar porque hubo una lesión. Me tocó lidiar mucho con Santi Aragón. Fíjese, cuando acabó el partido me cambié la camiseta con Sanjuán. La guardo todavía. Un recuerdo amargo.

-¿Cómo fue la secuencia del gol de Nayim desde su perspectiva?

-No se me olvidará. Estaba a unos cinco metros. Fue todo a cámara lenta. Al principio cuando la pelota empezaba a subir pensaba ‘no, esto es imposible’. Seguía subiendo: ’No puede ir dentro’. Instantes después: ‘Vaya, pues puede que sí’. Cuando entraba dentro me quedé petrificado y pensé: ‘No me jodas, esto no puede estar pasando’. Me sentí derruido. Se nos cayó el cielo encima. Me vinieron muchas cosas a la cabeza.

-¿Cómo cuáles?

-Esto no era la primera vez que le pasaba a Seaman. No era la primera vez. Tuvo un par más de esas. Lee Dixon le hizo una en propia puerta. Y luego le pasó otra vez contra Gazza (Gascoigne).

-Acaba el partido. El Real Zaragoza levanta la Recopa. ¿Qué pasó en el vestuario?

-Estamos muy cabreados. Algunos gritaban, otros pegaban puñetazos a la pared… Había mucha ira, frustración y tristeza. Entró el entrenador a poner orden y a que nos calmásemos. Nos habían dado unas medallas, una placa y en una mesa había unas cajas. Yo estaba muy enfadado y lancé con todas mis fuerzas una de esas cajas. Cuando cayó al suelo vi que era un reloj de una calidad sublime con el escudo del Real Zaragoza. Debía de ser un regalo. Entonces, sin que nadie me viera, la dejé en la pila con el reloj roto y me llevé otra. Alguien del equipo se llevó una sorpresa. Le regalé el reloj a mi suegro y todavía lo lleva.

-¿Cómo estaba Seaman en el vestuario?

-Fue difícil. Yo creo que la altura y velocidad del balón le confundieron. Todos cometemos errores. Él estaba entero. No dijo una palabra en el vestuario. Cada vez que cometía un fallo no hablaba. Reflexionaba en silencio. La labor del portero es muy solitaria, imagine en ese día y tras ese momento. No fue sencillo para él. Cuántas cosas pasarían por su cabeza.

-¿Dejó marca?

-Muchos compañeros míos lloraron. Fue un momento muy duro. La Recopa era un pequeño peldaño por debajo de la Champions y para nosotros hubiera sido un hito ganarla dos años seguidos.

-¿Cómo fue el viaje de vuelta?

-Nadie habló de nada. Nosotros viajamos con un grupo de periodistas y aficionados y nunca vivimos nada como esa vuelta. Silencio absoluto. Los fans nos daban ánimos. Fueron muy leales con nosotros. Siempre lo fueron. Se hacían miles de kilómetros aunque no estuviésemos bien.

-Ese gol trajo muchas burlas por los aficionados del Tottenham.

-Bueno. Pensábamos que si aquello era lo que mejor tenían para burlarse de nosotros es que no hablaba muy bien de ellos, porque no ganaron nada. Así que está bien que sigan recordándolo. Es gracioso. En realidad estas cosas están bien, porque hacen el fútbol ser lo que es.

-¿Cree que Dios tuvo algo que ver?

-Sí (ríe). Absolutamente. Dios hizo algo. Eso no fue solo de Nayim.

-Han pasado 25 años. ¿Qué piensa reflexionando de aquel día?

-¿Qué hubiera pasado sin ese gol? ¿Qué hubiera pasado sin la ayuda divina? Sabíamos que éramos mejores en los penaltis y, créame, ahí es donde pensábamos ganar. Pero la historia fue muy distinta por uno de los goles que marcaron el fútbol europeo.