Recuerdo a la vuelta a Londres cómo las cámaras de televisión nos grababan en el aeropuerto de Gatwick. Tenía sangre en mi camiseta del Chelsea. Fue uno de los peores partidos de mi vida», relata Harry. Uno de los cientos de aficionados del Chelsea que fue engullido por el bestial estallido hooligan que sacudió a La Romareda el día que el Real Zaragoza acarició la final de París tras un apoteósico 3-0. Momento donde el éxtasis resultó ensuciado por una pesadilla azul que quedó marcada a fuego en el fútbol europeo de los noventa.

Mirada ruda. Desafiantes. Algunos de ellos volvían a salir de Inglaterra después de los feroces incidentes que protagonizaron en el partido de cuartos de final de la Recopa en Brujas. La liaron tanto que varios fueron deportados. «Nos zurraron nada más llegar al aeropuerto de Zaragoza. Fue una advertencia por cómo éramos algunos», dice BlueLondon76. No quiere comentar su verdadero nombre, no le gusta hablar de esto. Tras aterrizar en Zaragoza fue corriendo al baño. «Salí y me puse a cantar. Me pegaron un porrazo. Nos querían tranquilos». Zaragoza se había preparado para el desembarco de cerca de 1.200 fans londinenses. De esos, unos 250 habían conseguido entrada fuera de los protocolos oficiales del Chelsea. Esos eran catalogados como los más peligrosos. Por eso las fuerzas de seguridad diseñaron un plan para estar alerta, en especial con esos hinchas que tenían antecedentes a sus espaldas.

Las calles estaban custodiadas por cerca de 800 agentes distribuidos entre Policía Nacional (con un gran número procedente de Madrid), Policía Local y empresas privadas. Era uno de esos días cargados por una atmósfera electrizante; ese ambiente chispeante que se percibe en la antesala de las grandes gestas. Era una ebullición de ilusión; un frenesí de ansias de gloria canalizado en noventa minutos. Aunque en esta fiesta había un puñado de villanos de taberna sedientos de protagonismo, dispuestos a enfangar la belleza. «Teníamos mala fama y se notó en cómo nos recibieron», comenta BlueLondon76. Su primera parte del partido comenzó sobre las cinco de la tarde, cuando la cerveza -y algo más- empezó a controlar sus estímulos. Estaban repartidos por distintos puntos de Zaragoza.

Víctor Fernández, curioso, salió del hotel para contemplar la atronadora llegada de los ingleses a la explanada de Rogelios, la zona de bares de al lado de La Romareda. Los minutos pasaban. El alcohol subía. Los decibelios aumentaban; así que llegaron los problemas. Primero, un grupo de fans del Chelsea se pelearon entre ellos cerca del hotel Don Yo dejando varios heridos. Después, unos seis aficionados foráneos fueron detenidos tras increpar a algunos ciudadanos en el bus de la línea 40 antes del partido. «No todos fueron unos energúmenos, pero desgraciadamente el ruido de unos empaña a la mayoría», comenta Harry, otro fan que estuvo en Zaragoza. Antes de entrar muchos aficionados apenas se tenían en pie. Incluso hubo un par que no vieron el partido al estar abrazando la intoxicación. El caldo de cultivo era el idóneo para la jarana. Solo quedaba que algo prendiera la mecha.

Tifo histórico a campo completo, gradas a rebosar y una energía atómica que hacía retumbar las bases de la ciudad. Cada aficionado era un volcán; cada poro era una garganta. Todos conscientes de que estaban a las puertas de la historia. Una creencia que se iba confirmando a base goles. Pum, Pardeza. Pum, Esnáider. Pum, Esnáider. Locura en cada rincón del campo. Mientras el presidente Solans representaba a la cámara con sus dedos los tres goles marcados, un sector de la grada visitante en la zona baja del gol sur comenzó a agitarse.

Unos hooligans empezaron a arrancar sus asientos y a lanzarlos contra la policía española, que no reaccionó cargando contra ellos una vez y al poco tiempo una vez más, provocando una estampida por la grada hacia una esquina. «Nos echaron a nosotros la culpa, pero nadie cuenta que antes de los altercados algunos aficionados locales nos lanzaron monedas y otros objetos, provocando así nuestro enfado», explica BlueLondon. La violencia incontrolada dio paso a uno de los momentos más icónicos del fútbol europeo. El ‘Peace and Love’.

LA CONFUSIÓN / Bien es sabida la historia de aquel cántico bélico entonado por Bilardo y que se adoptó en las gradas de La Romareda. El ‘písalo, písalo’ se ha escuchado durante muchos años, pero aquel día tomó una forma distinta, o así se interpretó desde fuera. «Nosotros estábamos acorralados. Nos paramos porque no podíamos huir ni hacer nada más. Yo y muchos amigos no escuchábamos nada de ‘Peace and Love’. Más adelante lo hablábamos con otros y nada. Y si lo hubiéramos escuchado tampoco nos hubiera importado mucho», rememora Ewell. «Esto fue porque al día siguiente lo contaron algunos periódicos e informativos ingleses. Creo que es más leyenda que realidad», matiza Harry.

Algunos hinchas del Chelsea tuvieron que ser trasladados en ambulancia tras los altercados que ellos mismos provocaron. «Vi a un aficionado gritando en el suelo con la clavícula destrozada», comentó Peter Rooney, un aficionado blue al Gazzette. Su comportamiento fue denunciado por la prensa inglesa, que reconoció a viva voz que habían vuelto a ser la vergüenza del fútbol inglés. El escándalo fue tal que aquellos disturbios fueron trasladados a la House of Commons, donde se criticó la actuación policial, la forma en la que la prensa local caldeó el ambiente creando alarma con la llegada de aficionados ingleses o, incluso, controlar venta de alcohol a los ingleses.

Aunque también hubo tiempo para los reproches: «Le escribí al señor Primer Ministro John Major para actuar sobre este asunto pero su respuesta fue patética. Todos sabemos bien que él es un conocido fan del Chelsea», comentaron en la sala. Querían lanzar todas las culpas a la policía española de lo sucedido, pero en una carta Major dijo: «La verdadera responsabilidad de lo que ocurrió en España recae directamente en aquellos que deliberadamente se propusieron crear un caos en lugar de mirar el fútbol».

Los periódicos, televisiones y radios inglesas hablaban al unísono con un mismo mensaje: «Los aficionados del Chelsea han vuelto a humillar al fútbol inglés». Algo que el propio presidente blue Ken Bates rebatió con un «sois los medios los que realmente estáis dañando la reputación del club». Así se consumió un episodio que desembocó en la Recopa de París. Un partido en la que la gloria se empañó levemente por la deshonra. Donde la leyenda futbolística se dio la mano con la mitología de un simple cántico. Fue una de esas noches de grandeza en cada rincón, de esas que han forjado la historia del Real Zaragoza. Cuando ni la ferocidad hooligan, ni la pesadilla que provocaron, consiguió callar el fútbol de salón blanquillo.