—Ya han pasado 25 años.

—Sí, va todo muy rápido, parece que fue ayer, pero ya es una cifra muy respetable, todo va a un ritmo altísimo y coincidiendo con todo lo que estamos viviendo aún parece que te acerca más al pasado, pero el tiempo es el tiempo.

—¿Cómo le cambió la vida aquel 10 de mayo de 1995?

—A nivel personal fue la culminación a un trayecto que se inició varios años antes, desde que agarramos aquel equipo que estuvo a punto de descender, que salvó la categoría y llegó a Europa. Fuimos construyendo un bloque realmente equilibrado, con magníficos jugadores y el título fue el colofón, el broche de oro. Jugar en París frente al Arsenal supuso la culminación de ese viaje y trajo la satisfacción a nivel profesional y sobre todo personal.

—¿Supuso un antes y un después ese título?

—Trajo esa culminación, pero está la otra cara de la moneda, porque a partir de entonces iniciamos el trabajo en otro proyecto, con otros jugadores, con gente joven. Eso a nivel personal me provocó mucho dolor y tristeza, porque era otro proyecto con futbolistas que luego también darían muchos beneficios económicos. A nivel personal representó todo, el triunfo de todo Aragón. Y alcanzar un título europeo, si no eres un entrenador de un Madrid, Barcelona, Atlético o Valencia, es muy difícil, aún más en aquellos tiempos. Supuso tocar el cielo a todos los niveles, fundamentalmente a nivel futbolístico.

—El Zaragoza ya venía de dos finales antes, una perdida ante el Real Madrid y otra ganada al Celta. ¿Qué implicaron?

—Con el Real Madrid, ellos eran los favoritos, pero no mostraron esa diferencia en el campo. Merecimos mucho más, pero fue un buen aprendizaje. Dijimos que volveríamos mucho más fuertes, y así lo hicimos la temporada siguiente. Ante el Celta el partido no mostró la diferencia futbolística que había entre ambos en la Liga, donde le sacamos 20 puntos de ventaja. Esa aparente superioridad no la logramos demostrar en el campo, aunque encontramos nuestra suerte en la tanda de penaltis. Nos sirvió para demostrarnos que estábamos preparados para competir para ganar. Es muy importante aprender a ganar y ya habíamos aprendido antes de la derrota. Lo hicimos con mucha madurez, concentración y competitividad.

—En la celebración, Cedrún avisó que al año siguiente traerían la Recopa. Toda una profecía.

—La Recopa era un mundo nuevo para nosotros. Andoni fue muy atrevido en el balcón del ayuntamiento al decir que quería volver ahí. Yo no tenía tan claro que se pudiera repetir jugando por un título europeo. Fue un regalo de Dios el poder recorrer ese camino, que tuvo también sus momentos de dificultad y otros de brillantez y que tuvo ese broche final en un escenario idílico como el Parque de los Príncipes, en el último suspiro con ese gol de Nayim casi desde el medio del campo. Todo aquello engrandeció la leyenda.

—También el rival la engrandeció. No era cualquier cosa aquel Arsenal.

—Por supuesto. Por nombre, historial y trayectoria, al venir de ser el campeón del torneo, con jugadores importantes y cotizados. Era un desafío enorme y jugamos con la tranquilidad de que nosotros no éramos los favoritos. Aunque cuando uno afronta una final así no piensa en el papel de favoritos sino en ganar y en dar esa satisfacción a los miles de aragoneses que acudieron a París, a los que estaban aquí y a todo el fútbol español. En ese sentido fue una noche imborrable.

—Hablaba antes del escenario, también magnífico.

—Recuerdo que en la final en el Calderón el aforo estaba repartido entre seguidores del Celta y el Zaragoza y en el calentamiento estaba asustado porque no veía a los seguidores de nuestro equipo. En el calentamiento tuve ese shock de pensar, pero dónde está nuestra afición. Sin embargo, ese mismo shock lo viví en París al revés. Acudimos al campo con mucha antelación por las medidas de la UEFA, unas dos horas antes, y durante el trayecto y en los alrededores del campo solo veía zaragocistas, con sus bufandas y banderas. Y ya en el césped volví a tener la sensación de que estaba inundado de zaragocistas y que los ingleses estaban en inferioridad. Había un reparto equitativo de las entradas, pero recuerdo que la afición del Zaragoza se impuso clarísimamente desde el calentamiento. Ese es otro recuerdo también imborrable.

—El Zaragoza se adelanta con el gol de Esnáider, un muy buen tanto tapado por el de Nayim.

—Pasa a la historia el gol de Nayim, pero el de Esnáider era de una belleza, de una plasticidad y de una agresividad en el disparo tremendas. Es un gol que corresponde a un crack, como era Juan. Ese giro, ese disparo con la violencia que lo hizo y el cómo explotó con su gol, que llegó en un momento decisivo. Yo creía que el que se adelantara en el marcador tenía muchas posibilidades de ganar. Fuimos mejores que ellos en la segunda parte, pero no resultó suficiente, no pasó mucho tiempo y nos empataron, lo que fue un jarro de agua fría.

—¿Tuvo que transmitir mucha tranquilidad al equipo?

—Sí, pero no quiere decir que no estuviera nervioso. Procedía transmitir esa tranquilidad, porque a un grupo de futbolistas que va a luchar por la gloria tienes que ofrecerles esa serenidad y tranquilidad suficientes para superar esa responsabilidad y dar lo mejor de sí mismos y, sobre todo, darles el mensaje de tener la conciencia tranquila de que habíamos dado absolutamente todo. Vivimos momentos de tensión, nuestro gol, el de ellos, llegar a la prórroga, calmar los ánimos porque era como sentir que se te había escapado esa final tras haberte adelantado, recuperarnos en el plano anímico y físico... Todo eso lo conseguimos, hubo una gran respuesta del equipo, que quiso hasta el último instante y encontró la gran recompensa.

—Con ese gol...

—El destino estaba preparado para Nayim y se dieron todas las circunstancias que, si uno lo analiza después fríamente, piensa qué casualidad. Yo ya no estaba pensando en el partido en los últimos dos o tres minutos, sino en los penaltis, en tener calma, meditar los jugadores para lanzarlos y confirmarlo con ellos si estaban preparados. De hecho, tomé la decisión de sacar al campo a Geli, que era una especialista y quitar a García Sanjuán. La entrada de Geli supuso que Nayim, que estaba jugando en la izquierda, pasara al sector derecho y desde ahí hizo su golpeo con su pierna buena, con la derecha, aunque golpeaba con las dos. Era el destino, porque en un equipo goleador, Nayim no había metido un gol en toda la temporada. El destino le reservaba ese espacio para los dioses, para la gloria, por meter el gol, por cómo lo metió, desde dónde y en qué posición. Se juntaron muchas cosas. Viví ese gol como una explosión máxima de júbilo, era la plenitud, ya nada más se podía alcanzar.

—¿Cómo lo vivió?

—Yo oía que entraba, que entraba... A lo largo del partido haces comentarios de que tiren, que puede ser gol. En este caso ocurrió, se tenía que dar y se dio en el mejor momento porque ellos ya no tenían ninguna capacidad de respuesta. La explosión de felicidad y de alegría fue absoluta, de plenitud, de júbilo, de todo lo que puedes sentir, pero sobre todo fue compartido. Estabas loco de alegría y mirabas a la grada y era un grito unánime de Zaragoza campeón. Eso hay que vivirlo, no tengo vocabulario suficiente para expresar toda esa alegría.

—¿Aún se emociona al verlo?

—Esta vez aún no lo he visto, porque mi cabeza con la incertidumbre que vivimos no me ha permitido agarrarme a esos momentos. Cuando lo he visto mi corazón se acelera. Solo al hablar de las vivencias ya noto que va mucho más rápido, porque me traslada a un escenario donde las pulsaciones y el corazón se imponían a cualquier cosa.

—Y al día siguiente la fiesta en una plaza del Pilar abarrotada.

—Otro momento único. Participé en alguna manifestación contra el trasvase, viví la celebración de la Copa el año anterior, también un pregón de fiestas que me tocó hacer, pero esta fue la mayor manifestación social que he visto en Zaragoza y en las calles. Fue única, incomparable por el número, no hubo otra igual, ya que se superaron las 300.000 personas y a mí me llamó mucho la atención cómo los padres sacaban a los niños, con las banderas y con las caras pintadas. No sé si se volverá a repetir en esta ciudad y, si lo hace, que sea por un hecho reivindicativo como es el sentirte zaragocista y partícipe de un éxito tan histórico y a apoteósico.

—¿Siente que su responsabilidad es mayor ahora que entonces?

—Mi cabeza y mi corazón me llevan a vivir los días actuales con una responsabilidad que comparativamente es mayor al momento de la Recopa. No soy capaz de verme más o menos relajado ahora, al contrario, estoy superresponsabilizado en el momento de la historia reciente del Zaragoza. Y si me voy a aquellos instantes es como si no tuviera responsabilidad porque aquello es un hecho consumado que salió bien y ahora tenemos muchas incertidumbres con este drama que estamos viviendo a nivel social. Tenemos ganas de que esto termine bien, para la sociedad y a nivel futbolístico con el ascenso.

—El zaragocismo le tiene como un referente. ¿Cómo lo asume?

—Me ha tocado vivir este papel de referente al tener la suerte de que me ha ido bastante bien. He tenido momentos para todo, porque es muy difícil entrenar en tu tierra y tantos años seguidos. Noto el cariño de la gente y es mutuo. Trato de dar lo mejor de mí mismo e irme con la tranquilidad a casa de que he intentado dar lo mejor posible para defender un fútbol que logre emocionar a la afición y demostrar que se puede ganar así, como hemos demostrado en otras épocas anteriores y también en esta. Eso es lo más importante e imagino que esa comunicación sincera y de corazón es la que me permite llevar tantos años en el Zaragoza.