Luis Suárez acababa de mandar el balón en boca de gol al fondo de las mallas, como siempre escribieron los clásicos. Ese momento, de vital importancia para el futuro del Real Zaragoza, suponía el carpetazo final a la mala dinámica del colombiano en la suerte suprema después del confinamiento. Con un golpeo de diestra espantó definitivamente todos los fantasmas. Suárez embocó el 1-2 después de un extraordinario servicio de Delmás desde la línea de fondo, raso, tenso, al sitio, continuidad perfecta del mágico pase de Eguaras a la espalda de la defensa, ahí donde se sienten las cosquillas y la mayoría de los futbolistas se funden a negro. En lugar de correr hacia Suárez, el autor del tanto de la victoria, Guti se lanzó a abrazar a Delmás, el creador de la asistencia.

Ese gesto, a priori de significación intrascendente, esconde una gran importancia, el de un jugador de equipo que pone en relieve la trascendencia de cada una de las piezas del colectivo. El uno para todos y todos para uno. Delmás había sufrido un contratiempo físico justo cuando Vigaray cayó lesionado. El de un jugador, el que luce el número 14 a la espalada, de incalculable peso y repercusión en este grupo.

En Almendralejo, Guti sujetó al Zaragoza en los peores momentos, igualó el encuentro con un disparo que se le coló de modo traicionero a Casto cuando el equipo sufría en un pésimo comienzo. Luego, Raúl, con su motor de F-1, tiró del resto hacia delante con un par de incursiones por la diestra que Suárez no culminó en gol pero que inclinaron el campo en una sola dirección. La que llevó hasta un triunfo vital de camino hacia Primera.