Todos los datos que uno quiera buscar, todas las variables, todas las referencias medibles, también las sensaciones y la predisposición emotiva ante el momento, son negativos. El Real Zaragoza se ha precipitado al vacío en diez jornadas, tirando por la borda la segunda plaza y una notable renta de cinco puntos. Sus números son terroríficos: siete puntos de 30 posibles, dos victorias, un empate y siete derrotas, un punto ganado de los últimos 18, 22 goles encajados...

Hasta esta situación crítica se ha llegado por diferentes motivos, la inmensa mayoría endógenos y alguno también exógeno. Víctor Fernández, que hasta el parón construyó un equipo convincente, con mecanismos ganadores y una gran fortaleza mental, ha extraviado el rumbo con una concatenación de decisiones en la mala dirección, especialmente en el manejo físico de la plantilla, sin respuesta táctica ni capacidad anímica para recuperar lo que se perdía de manera irremediable a cada día que pasaba. Tras el confinamiento, el entrenador ha estado terrible. Como muchos de sus futbolistas, culpables de una concentración macabra de errores individuales que le han costado el ascenso directo al equipo.

El premio menor, ya asegurado, es el playoff. Antes de afrontarlo, Lalo confirmó en su puesto a Víctor en una decisión con aristas de todo tipo. Todavía queda una plaza de ascenso por adjudicar. Las otras dos son propiedad del Cádiz y del Huesca. Por imposible que parezca, por mucho que el estado del equipo sea decrépito y la esperanza haya sido lo penúltimo que se ha perdido, sería el colmo de la irresponsabilidad y el abandono no pelear por ella con todas las fuerzas, las que queden y las que se puedan rescatar.