Esto más que una opinión, hoy es una invitación a la reflexión. También una confesión íntima. Una sugerencia para que ustedes, lectores y aficionados al Real Zaragoza o ambas cosas, se unan al duro ejercicio de ayudarnos y ayudarse a comprender lo que está ocurriendo. No podemos estar todos los días escribiendo y describiendo a un equipo que nos resulta ajeno histórica, deportiva y profesionalmente, porque es un trabajo tan agotador como inútil. Todos hemos sido deportados a una isla, quienes contamos y comentamos y sobre todo quienes sufren año tras año como fieles seguidores de la institución el empobrecimiento de un club en manos de un grupo de propietarios incapaces de construir un proyecto ambicioso y cierto. La deuda, sin duda, reduce los márgenes de maniobra, pero ese escudo ha perdido su fuerza protectora contra la crítica después de tanto tiempo. Existen otros caminos que una entidad de estas proporciones gigantescas, con una masa social de primer orden, debería explorar si es que realmente el interés está enfocado a devolver al Real Zaragoza a Primera, su espacio natural en términos económicos. Como las inversiones externas parece ser que no llegarán, y menos en esta época de pandemia y ruina social, el planteamiento se ha de basar en la construcción de un proyecto distinto y firme, sin duda en el cambio obligado y necesario del grueso de responsables del área deportiva y de alguno de sus representantes institucionales en los que nadie cree ya por ficticios y desapegados.

El fracaso se ha instalado y, desde dentro, se ha normalizado. Los naufragios se disimulan con virajes chirriantes en el banquillo pese a que el núcleo del trastorno se focalice en la rebaja gradual del potencial de las plantillas, producto del inmovilismo o quizás de la servidumbre mal entendida. El Real Zaragoza está cada ves más lejos de su gente no solo porque el virus prohíba acudir a La Romareda, sino porque en su corazón administrativo no late la pasión, el método, ni el futuro. Y ahora, fruto de ese aislamiento, el equipo se ha envilecido competitivamente hasta tal punto que irritan el técnico y los futbolistas, simples piezas puntuales de la caótica gestión de los máximos responsables. Lo grave, además, es que el peligro de un descenso nunca resultó tan manifiesto, lo que corrobora que el club necesita reinventarse con savia nueva, con personas dispuestas a convertir la ilusión en una realidad y no en un espejismo constante con un trasfondo inmobiliario. La temporada va ser muy larga y desagradable, pero en esa travesía que necesitará en algún momento una renovación del vestuario, ya no tienen sentido los tripulantes que lo han vestido con su mediocridad, sus silencios e incluso con soberbia ignorancia. Ayúdennos, por favor, a entender y comprender lo que está ocurriendo, a no caer en la trampa de incidir en lo superficial porque ustedes, lectores y aficionados o ambas cosas, saben mejor que nadie lo que este club merece. Esto, desde luego, no.