Con la muerte en los talones, una victoria de este tipo no da para huir de los peligros que persiguen inmisericordes al Real Zaragoza, pero sirve para suturar parte de la graves heridas. Sobre todo la emocional. No hay mejor medicina que el triunfo siempre y cuando se conserve la perspectiva, que no cambia en casi nada: el equipo necesita muchos jugadores nuevos y productivos para competir por la salvación. ¿Y un entrenador? Iván Martínez, por ejemplo. Le falta experiencia pero de lo que carece en realidad es de una plantilla. La figura del técnico está sobrevalorada en general, y nadie lo sabe mejor que esos profesionales de quita y pon. Su influencia se refleja en las personalidades de los equipos, no tanto cuando el balón se pone a rodar y los futbolistas asumen el protagonismo sobre el escenario. En ese tablero, los alfiles de repente son caballos y las torres, peones. Y el jaque lo da el viento o el mal bote de la pelota. Posiblemente nadie se plantee su continuidad, quizás porque nadie haya caído en la cuenta de que a través su frágil interinidad han asomado muchas dudas y sobre todo una indestructible fe en sí mismo. Desde el principio buscó soluciones donde no las hay y con ese empeño de zahorí siguió por su particular desierto de resultados.

Escarbó entre los veteranos en su debut y no le respondieron en su apuesta más ortodoxa. En Ponferrada, metió a Francho con galones de titular y un par de despistes en dos saques de esquina desataron el caos. Probó con tres centrales en Cornellá y el castillo de naipes resistió con cierto decoro hasta que se impuso la evidencia. En Castellón repitió dibujo y una pájara de Jair sesgó la posibilidad de sumar al menos un punto. Ya sin elogios y señalado por una supuesta mala lectura en los cambios y su escaso currículum, aparcó lo anterior y lanzó al Real Zaragoza a la yugular del Fuenlabrada, un adversario al que si algo le sobra es hierro en la sangre y músculo para la batalla larga. De igual manera que el fracaso no le correspondía por completo, el éxito puntual tampoco. Sin embargo habría que situarle en el lugar que se merece, y en esa posición de completo desamparo de la directiva y de pobreza de recursos en el vestuario, ha sido valiente y coherente, virtudes lujosas para un Real Zaragoza a la deriva de proa a popa, de los despachos al césped. Si le dan lo que otros piden, ¿por qué no podría ser quien recondujera la lastimosa situación actual? No hace falta vestir de Armani ni ofrecer ruedas de prensa recitando de oídas a Benedetti... Tampoco asegura gran cosa elegir al viejo lobo de mar para lanzar a la tripulación por la borda como método disciplinario.

Al finalizar el encuentro, Iván Martínez se abrazó a su gente de confianza con la histeria que inunda a quien además de ganar por primera vez, ve recompensado su sufrimiento y su trabajo. Y su rebeldía. Porque si algo le ha distinguido en una tesitura irrespirable ha sido la constante de buscar oxígeno en aquellos que le impulsaron a la gloria. Francho le ha sido fiel porque cuenta con talento a todos los niveles y el agradecimeinto le viene de fábrica, y contra el Fuenlabrada Francés, animado por el corporativismo intachable del resto de sus compañeros, hizo su mejor partido en sustitución de Guitián en una muy acertada decisión del técnico como estratega. En esa escala de prudente desobediencia, ya dejó claro en Castalia que Vuckic y el Toro Fernández pueden pasar el resto de la temporada al sol, y que de la nómina de fichajes solo le sirve quien considere oportuno. Dejar fuera a tus dos delanteros y entregarle el ataque a Iván Azón, que cumplirá 18 años en Nochebuena, es una decisión de riesgo. Repetirlo de nuevo, una locura a la que el chico respondió con una actuación memorable. Un ariete de toda la vida con fuego en las venas arrastró al Real Zaragoza al convencimiento de que el triunfo era posible. Voló hacia todos los balones y se llevó la mayoría con un espectáculo aéreo donde hizo crujir las cabezas de sus marcadores y la suya. Tenaz, forzudo e inteligente, le faltó el gol aunque tuvo sus ocasiones, pero respondió a la confianza de su entrenador como el gladiador que se gana la libertad en ese combate.

El Real Zaragoza sacó la cabeza del pozo para respirar, aunque la mayor parte de su cuerpo permanece hundido y vulnerable a cualquier golpe mientras no apliquen un ungüento regenerador a su delicada epidermis. Durante esta travesía de dolor y caídas sucesivas, habría que otorgar a Iván Martínez como mínimo el beneficio de la duda. Seguramente, la directiva, en su enésima maniobra de originalidad, cierre esta semana las negociaciones con un entrenador. Lo tiene en casa. La imperfección de este equipo se localiza en la materia prima. Con un buen puñado de fichajes que posean la mitad del espíritu de Iván Azón, al acabar el curso diremos que Iván Martínez salvó al Real Zaragoza. No será exacta la afirmación, porque este deporte pertenece a los futbolistas y a alguien que, desde la congruencia y la ambición, ponga a cada pieza en su lugar sin más ruido del necesario.