Iván Martínez pasará a la historia del club más como cirujano que como entrenador. Cada uno de los siete partidos que ha afrontado, antes y durante, ha metido el bisturí sin complejos y pulso firme en el rostro de un equipo desfigurado. Y por momentos lo ha hecho reconocible. No atractivo, pero sí con las facciones de un competidor de media distancia. En Almería, después de domesticar a un bulldog como el Fuenlabrada, hipnotizó durante la mayor parte del encuentro a un rival fornido aun con su batería de reservas en la titularidad. Fue a por él, le discutió el balón con personalidad y expiró, como siempre, en ataque, territorio apache para el conjunto aragonés: siempre que se aproxima al área, le cortan la cabellera con tijera de madera. Sin gol por mucho que Iván Azón se parte la cara o Narváez salga muy de tarde en tarde de la madriguera en la que lleva mucho tiempo hibernando. Si el Toro Fernández no sabe poner el interior para empatar o Vuckic participa con el alma congelada, la cuestión puede acabar con Raí y Carbonell, debutante con 17 años, dejando los mejores detalles arriba.

El técnico sigue ahí, respondiendo a la prensa cada semana si esta es la última y sin que nadie le certifique su fecha de caducidad. Y teniendo que digerir que Jair desacate las órdenes porque le apetece ponerse a hacer pies con Sadiq. El nigeriano le birló el balón y se acabó. No se puede luchar contra la indolencia individual, justo cuando el Real Zaragoza destilaba una gran armonía defensiva y un muy serio trabajo corporativo. Cada futbolista cumplía con su labor para lucimiento colectivo en zonas, eso sí, poco productivas. No pasaba el viento hacia Cristian. La calma era total. En esas, al central le sale el ramalazo de bailarín de claqué... Francés, por contra, era un sobresaliente en cada intervención, y los laterales contaban con ayudas constantes mientras Francho barría la medular con el carácter de un mariscal. Saltaron los puntos de la intervención táctica y el semblante del Real Zaragoza volvió a enternecerse de pura ingenuidad. Como la carroza de Cenicienta, está condenado a su particular medianoche de calabaza aunque el reloj no marque esa hora.

Martínez interviene en el cuarto de las escobas. Carece de una sala de operaciones en condiciones y sin más material de confianza que su intuición para acertar prácticamente a oscuras. Lo que está haciendo con tan poca cosa merece al menos un reconocimiento y un respeto a su capacidad reconstructora donde casi todo es una cicatriz kilométrica. Posiblemente no lo tendrá de una directiva que se esconde detrás de chicos que están dando la cara por el Real Zaragoza, por el club, por el escudo, por su entrenador... A pleno corazón y a cara descubierta. No como esos gobernantes tras una máscara gruesa, dura, insensible. Oxidada frente a las urgencias. Enmohecida de interés, al menos deportivo, y de conocimientos. Hacen falta jugadores, es cierto, pero no vendría nada mal fichar también a media docena de ejecutivos con cultura futbolística. Como esto último es una entelequia, al menos que dejen al doctor Martínez para el hospital de campaña en la guerra que se avecina.