Durante todos estos años en Segunda varias veces ha habido algo en lo que creer por la vía más racional. El notable nivel futbolístico ha invitado en al menos tres ocasiones a cerrar los ojos y transportarse a lugares añorados. Y cuando no ha sido así había algo o alguien en el que depositar la fe por una simple convicción emocional. Al principio de esta larga etapa, al mando de las operaciones en el banquillo estuvo Víctor Muñoz, figura insigne del Real Zaragoza, héroe en Montjuïc, futbolista, entrenador y director deportivo en diferentes etapas. O la plantilla llegó a incluir nombres de tanta alcurnia como Borja Bastón, Willian José o un incipiente Vallejo. Hasta dirigió el equipo Ranko Popovic, un técnico con un don para las relaciones públicas, el manejo del mensaje y que rozó el ascenso en Las Palmas.

Durante todos estos años en Segunda al Zaragoza han acudido a rescatarlo en situaciones de extrema dificultad y riesgo máximo de descenso César Láinez o Víctor Fernández, otras dos figuras eminentes, empresas que culminaron con éxito. Con el entrenador que dirigió el camino hacia la Recopa, el equipo soñó a lo grande la temporada pasada y estuvo a punto de ascender con Luis Suárez como mascarón de proa y Puado, Guti o El Yamiq como lujosos escuderos. Una meta que visualizó también Natxo González, la campaña en la que Borja Iglesias se hinchó a marcar goles y se metió en el bolsillo a la masa social con una empatía extraordinaria.

Al Real Zaragoza regresaron en olor de multitudes Zapater y Cani, aunque luego el rendimiento distara del esperado. Y Kagawa congregó a miles de aficionados en La Romareda en su presentación para caer luego en la nostalgia. La masa de abonados disparó su número y su optimismo, luego desengañado. Cristian ha sido el mejor portero de la categoría durante varios años. De la Ciudad Deportiva no han dejado de surgir brotes verdes. Vallejo, Soro, Guti, Francés, Francho…

Eternamente baldía, la ilusión se ha ido regenerando siempre de un modo u otro. La aparición de JIM revitalizó un tanto el ánimo. Ese primer efecto pasó. Ya no queda nada a lo que agarrarse. Los perfiles son bajísimos, la realidad deportiva y las medidas predictivas en el entorno económico son inquietantes, las explicaciones no convencen, los mensajes públicos del club suenan mustios y apagados, sin ninguna fuerza regeneradora. Todo es gris, gris, gris.