En estos meses que vienen, una situación única en la historia, como la definió en este diario Alberto Zapater, capitán, santo y seña, el Real Zaragoza escribirá cómo será y dónde estará su futuro. Lo hará día a día, jornada a jornada, partido a partido, actuando semanalmente sobre un presente muy incierto, construyendo su porvenir en cada entrenamiento y con cada resultado. Hasta aquí le ha traído la vida por una concatenación fatal de errores cometidos en el pasado, en el final del tormentoso verano del 2020, tan volcado a las maniobras de distracción y tan poco certero en buenas decisiones, fallos no corregidos debidamente cuando hubo un margen para hacerlo en enero por una mala valoración de la situación, excesivamente indulgente en los niveles de mando deportivo.

El pasado, pasado está. No tiene remedio y es inamovible. El presente del Real Zaragoza es problemático. De lo que haga esta mañana en el entrenamiento, el lunes contra el Mirandés en La Romareda, el siguiente sábado en Logroño, el día de Jueves Santo frente al Cartagena, el lunes de Pascua en Fuenlabrada dependerá el futuro de una Sociedad Anónima depositaria de uno de los principales sentimientos de Aragón y que, como un alma en pena, se tambalea sobre una cuerda floja con un hondo precipicio económico y social a sus pies.

El riesgo de descenso a Segunda B está ahí. Para que el Real Zaragoza tenga algún futuro, la plantilla actual, con sus virtudes, que algunas tiene, y sus numerosos lastres, deberá esquivar esa amenaza. Esa es la única misión que existe de aquí a mayo: evitar el fracaso más estrepitoso en 89 años y no quedar marcados, todos, del primero al último del club, para siempre en la historia.

Sin salvación no hay nada. Con ella el próximo verano debería ser tiempo de cambios. Hasta ahora no los habido porque la Sociedad Anónima nunca ha querido realmente que los hubiera. No habrá futuro repitiendo el pasado sistemáticamente. No habrá futuro creyendo que las causas que producen tan preocupantes consecuencias son siempre ajenas. No habrá futuro detrás de tan frágiles barricadas. El desarrollo de los hechos, el desgaste, la erosión de estos siete años consecutivos en Segunda, la pérdida de credibilidad, el cansancio, la falta de soluciones y de éxito, el sentido común, la inteligencia, el buen juicio, la picardía, la lógica del momento y el justo reconocimiento de la realidad. Todos los caminos conducen a un solo destino. Habría que abrir ventanas, renovar el aire. Empezar a construir un nuevo Zaragoza con refuerzos accionariales y nuevos actores protagonistas.