Ha habido partidos del Real Zaragoza, ni uno ni dos ni tres, unos cuantos últimamente, a los que les han rondado calificativos de toda índole menos bonitos: insufrible, insoportable, inaguantable, vergonzoso, feo. En suma, una colección de adjetivos despectivos que han acompañado recientemente la trayectoria del equipo, por supuesto en la derrota, pero también en el empate e incluso en la victoria, como por ejemplo en Fuenlabrada, donde la primera parte anunciaba ruina y, paradojas del destino, de nada de ello hubo, acaso el inicio de una buena onda por la razón que fuere, que en el momento se le atribuyó a la divina providencia del fútbol, que puede ser que algo tuviera que ver.

Ciertamente, el juego del Real Zaragoza no enamora ni siquiera con la primavera en flor. Es difícil de ver y está bastante alejado de lo que dictan los cánones generalizados de la estética. Pero el modelo austero y poco atractivo que ha implantado Juan Ignacio Martínez en una situación de máxima emergencia funciona. Victoria aquí, victoria allí, punto a punto, pasito a pasito, el plan del entrenador alicantino ha evitado, por el momento, que el Real Zaragoza esté hoy, por ejemplo, en la crítica situación del Albacete.

A JIM y a sus jugadores les queda todavía mucho trabajo por hacer y el margen de error es mínimo en las seis jornadas que quedan por delante (Lugo este mismo viernes, Espanyol, Las Palmas, Castellón, Mallorca y Leganés). Con su estrategia de pragmatismo extremo, orden máximo en defensa, portería sellada y casi ninguna concesión al lujo, el técnico tiene al equipo bien situado para certificar la huida de la quema (por debajo cuenta a los cuatro que ahora están en posición de descenso y a otros tres). Con un juego tosco y a veces insufrible. Aunque lo realmente insufrible sería ver al Zaragoza de donde JIM, por el momento, lo ha sacado.