Por activa y por pasiva, de una manera y de todas, Juan Ignacio Martínez lo ha repetido con reiteración para que el acento estuviera puesto donde él lo quería tener. La prioridad de su Real Zaragoza ha sido siempre defender bien y no encajar goles. La solidez. La portería propia a cero. Así es como ha hecho camino al andar especialmente en La Romareda, donde el entrenador ha construido la base sobre la que ha levantado la recuperación y convertido en posible una misión casi imposible hace cuatro meses: la permanencia.

Con JIM, el ataque ha quedado en una ocupación secundaria, sobre la que ha puesto muy poco énfasis, fiándolo todo a la capacidad del equipo de ser eficiente, de hacer los goles necesarios con el mínimo de ocasiones y sin muchas alegrías ofensivas. En ese ecosistema, los delanteros han sido los principales penalizados de la propuesta, convirtiéndolos muchos días en peones de un trabajo sucio de desgaste al servicio de la defensa, en atletas que corren de un lado para otro, que incomodan al rival, que pelean pero que apenas huelen el balón durante los partidos y casi no disfrutan de oportunidad alguna para marcar como consecuencia de la sinergia del juego.

Para la aplicación de este modelo a JIM también le influyó la realidad que se encontró, puntas con serias dificultades para hacer gol. De modo que apostó por priorizar otras facetas. Entre tanto, Narváez acabó desesperado en la banda izquierda, el Toro Fernández corriendo de aquí para allí sin haber sido capaz de anotar en más de 1.100 minutos, Álex Alegría agobiado y en la intrascendencia, Vuckic perdido en el infinito de una grada vacía y solo Azón, el más guerrero y con el perfil más adecuado para este tipo de fútbol (ser capaz de generar algo casi de la nada), sumando en cada aparición. El oficio de delantero en el Real Zaragoza está ahora mismo muy difícil. Por la propia configuración táctica, a pesar de las ganas de agarrarse a cualquier detalle y de que cualquier acción, aunque sea buena, de un protagonista extraviado en la trivialidad hasta ahora se celebra entronizándola y con la máxima algarabía: por ejemplo, forzar una falta que segundos después se convierte en un gol del portero.