A él, que no le gustan los focos y vive cómodo en la sombra, aunque la suya sea más alargada y seductora que todas, que rehúye poner en valor el individualismo en este deporte y se retuerce por priorizar el colectivo por encima de cualquier cosa, que se esfuerza por hablar con pausa y sin alzar la voz para no llamar la atención, el gol de Lugo le ha puesto en el primer plano, con el planeta zaragocista mirándole y medio mundo futbolístico disfrutando y comentando su acción.

Es una extraordinaria anomalía que un portero del Real Zaragoza marque. Solo lo había conseguido Chilavert de penalti en 1990. El paraguayo fue un prominente goleador a pesar de su profesión de guardameta. Nada que ver con Cristian, arquero académico, nada excéntrico, discreto, al que la excepcionalidad de su tanto ha puesto en boca de todos. Este lunes, el argentino tomó la palabra y volvió a reincidir en su discurso, quitándose la importancia que el resto le da. Él, dijo, lo que quiere no es pasar a la historia por un gol sino por subir al equipo a Primera División.

Álvarez ha recuperado en las últimas semanas el magnífico tono al que ha acostumbrado al aficionado en sus cuatro temporadas en el club, santo muchas veces y seña desde entonces. Su inicio de campaña no fue nada bueno. Extrañamente fallón, nervioso en el juego aéreo e inseguro, él mismo reconoció su bache públicamente en un par de ocasiones. Ahora ha vuelto a ser quien fue y el zaragocismo está feliz por ello. Reconoce en Cristian a uno de los suyos, a alguien que produce un profundo sentimiento de nostalgia porque es lo que tanto se añora, un futbolista de Primera, porque eligió quedarse cuando la calidad de su juego le podría haber abierto puertas mejores varios veranos seguidos y porque encarna y defiende con honor algo tan importante en esta tierra como el sentido de pertenencia.