Hay cosas ante las que ni siquiera una pandemia es capaz de imponerse. Bien lo sabe Alejandro Francés, adalid del éxito a través de una evolución imparable incluso para el todopoderoso virus. El canterano, candidato perfecto a aragonés del año, convive con el triunfo desde hace dos años, cuando se proclamó campeón de España juvenil haciendo historia con aquel Zaragoza de Iván Martínez, Francho, Puche y compañía. Aquello, en verdad, solo fue el comienzo de un sueño que le ha llevado, en apenas unos meses, a ser titular con el primer equipo, en el que ha sido esencial para salir vivo del peor momento en la historia del club, y a marcharse este martes con la selección española sub-21 para participar en la fase final del Europeo de la categoría. Todo ha pasado tan rápido que provoca vértigo en una familia incapaz de dejar de sonreír. Quizá Francés pueda con todo. «Creo que tenemos el corazón a prueba de bombas ante tantas emociones. No nos creemos lo que está pasando. Ya fue muy gordo cuando le llamaron para el Mundial sub-17 o cuando, en plena pandemia, le reclamaron para el primer equipo tras estar dos meses encerrado en casa y con contrato juvenil. Pero es que es una cosa detrás de otra y, ahora, juega en el equipo de su vida y se nos marcha con la sub-21. Es tremendo», confiesa Bego, su madre, a medio camino entre el llanto y la euforia.

A su lado, Alejandro, el padre de la criatura, tampoco da crédito. Ambos han sido testigos de la progresión de un chico que, con apenas 18 años, no deja de crecer desde que, en el Balsas Picarral, firmó alianza eterna con el balón. «Ni en el mejor de los sueños podríamos imaginar todo esto. Es que no nos da tiempo a asimilar una cosa y viene otra mejor», reconoce con la mirada perdida. «Lo de la selección ha sido increíble porque dábamos por hecho que no iba a ir y que el seleccionador llevaría a los mismos de la prelista, pero cuando, el día anterior a la convocatoria, leímos en EL PERIÓDICO DE ARAGÓN que tenía muchas opciones el corazón empezó a latir a mil por hora», asegura.

La noticia cogió a padre e hijo en pleno desayuno antes de acudir a la Ciudad Deportiva. La reacción fue contundente. «Empezamos a gritar y le dije que era el p… amo y que todos nos alegrábamos muchísimo por él porque se lo ha ganado con su trabajo», subraya Alejandro. 

A Verónica, su hermana, aún le cuesta digerirlo. «Estoy muy contenta y orgullosa, pero sigo sin acostumbrarme a todas las alegrías que nos da», confiesa Vero, devota de Álex. «Nos llevamos muy bien y siempre estamos ahí el uno para el otro. Somos cómplices». Para ella, dos años menor que su hermano, Alejandro sigue siendo aquel niño del Balsas que se volvía loco detrás de un balón. «Lo mejor que tiene es su manera de disfrutar el fútbol. Es un chico guasón y vacilón con el que te gustaría estar de fiesta, pero a la vez es un chico muy familiar con los pies en la tierra y que lleva bien lo que le está pasando». Para ello tiene un refugio. «Le encantan las comidas familiares con sus tíos y abuelos. Le da tranquilidad y seguridad estar cerca de los suyos y sus amigos».

La digestión del éxito

Y eso que no debe de ser fácil gestionar tanto éxito seguido. «Eso es lo que más miedo me da, porque a veces es muy difícil gestionar emociones y él es aún muy joven. Da vértigo y quieres inculcarle que lo disfrute porque se lo ha ganado. Pero tiene las cosas muy claras, trabaja mucho y duro y nos da una lección detrás de otra, aunque le confieso que tengo cierto miedo a saber cómo lo llevaremos cuando todo pare», expone la madre, que incide en que «tiene que ser muy complicado que te regalen tanto los oídos y hay que saber gestionar cuando te llegan infinidad de mensajes de apoyo diarios. Puede llegar a angustiar, es así, pero Alejandro lo está llevando bien y, lo más importante es que cuando sale al campo es como si estuviera jugando otra vez en el patio de su casa». «El césped es el entorno que controla. Se transforma y se envuelve en seriedad», dice su padre. 

Ahí, en el verde, aflora el carácter «muy competitivo» del central. «No quiere perder ni a las canicas. De pequeño no podíamos dejarle perder porque se pillaba unos rebotes tremendos. Siempre ha sido muy competitivo y un ganador». Su padre asiente. «Ha tenido que medirse a delanteros más poderosos físicamente y ha suplido ese hándicap con rapidez, colocación y cabeza. Siempre la ha tenido bien puesta».

Fuera del campo, en cualquier caso, la vida de Francés es similar a la de cualquier chaval de 18 años. «Le apasiona el deporte y quedar con los amigos para jugar una pachanga, o al ping-pong o a los dardos. Claro que algunas de esas cosas solo puede hacerlas muy de vez en cuando. Lo primero es lo primero». Ahora, a apenas unas horas de una nueva aventura, su padre echa la vista atrás para retomar aquellas lágrimas que derramó cuando su hijo hizo historia con el juvenil. «Todos habíamos cogido una sola noche de hotel, pero eliminamos al Atlético (con gol de Francés), luego al Celta y en la final al Villarreal. Lloramos, claro que lloramos», admite con la voz entrecortada. «Pero lo más importante es que siga disfrutando como lo hace. Siempre le digo que si alguna vez deja de hacerlo quizá lo mejor sería dejarlo», añade su madre, que recuerda cómo Alejandro, de pequeño, emulaba a sus ídolos poniéndose en pie y llevándose la mano al corazón cuando sonaba el himno nacional. «Ahora volverá a vivirlo en primera persona y con la sub-21 nada menos», dice.

Aquí deja a un Zaragoza salvado al que ha guiado hacia la orilla. A expensas de lo que dictamine el futuro, a sus padres no se les pasa por la cabeza que Alejandro disputara en Palma su último partido con el equipo aragonés. «Ni de broma. Tiene contrato. Dónde va a estar mejor que en casa… pero, claro, el fútbol es imprevisible», advierte su padre. «El Real Zaragoza es el equipo de su vida, de sus sueños. Llegó en alevines y para él lo es todo. Siempre lo llevará en el corazón y a La Romareda ya la tiene tatuada en la piel. Dijo que lo iba a hacer y lo hizo. Siempre será su campo, su estadio, su casa», asegura Bego, madre «orgullosa» que envía un mensaje diáfano. «Con humildad y sin ayuda de nadie se puede llegar, pero la familia debe estar al lado de su hijo. La pasión la pone él. Se ha ganado ser feliz. Vivimos en una nube»