Casi una semana después de que la Liga concluyera con aquel 0-5 contra el Leganés, una mala manera de terminar una decepcionante temporada salvada con una muy buena reacción tras la llegada del tercer entrenador, el gran acierto del año en un mar de errores, el Real Zaragoza continúa inmóvil públicamente, trabajando hacia un nuevo futuro institucional en la más estricta privacidad. Solo así se entiende este sepulcral silencio, esta calma tensa previa a la tormenta, este mutismo absoluto, sin que ningún responsable del club haya siquiera tomado la palabra para dar explicaciones, rendido cuentas sobre la peor campaña que se recuerda y advertido de lo que se pudiera advertir de lo que está por venir.

Mientras tanto, en una carretera paralela, en una tesitura extraña y de circunstancias insólitas en la historia cercana, Miguel Torrecilla, el actual director deportivo, continúa haciendo su trabajo, dibujando bosquejos, trazando planes y programando reuniones con vistas a la próxima temporada, sin saber bien si le servirá para algo o quedará en el saco de los sueños rotos. Una situación similar a la que vive Juan Ignacio Martínez, la razón principal por la que el Real Zaragoza continúa otro año más en Segunda División, que dicho así parece un premio menor pero que, dadas las dificultades de la empresa, fue un logro mayor. Un técnico que venció al pasado, se coronó en el presente y se ganó el futuro, aunque el suyo, como el de la propia SAD, también esté en el aire.

Parece que nada pasa. Todo sucede en la sombra, lejos del primer plano. Hasta que un día salte a la primera plana. Hasta que el Real Zaragoza decida despejar la ‘x’ de la ecuación.