Tampoco hace falta ir mucho más allá de tres décadas en el tiempo. A cada situación de cambio en el Real Zaragoza le ha seguido de manera paralela una renovación entusiasta de las esperanzas. En este momento de la historia, que vivimos en tiempo real, estamos atravesando por una de esas zonas de tránsito que van a llevar a la Sociedad Anónima, en su vertiente institucional, hacia un nuevo punto de destino. Como corresponde con el fútbol, uno de los grandes sino el mayor generador y regenerador de pasiones e ilusiones del planeta, con una ventana de cambio en el horizonte se activa automáticamente hasta la última esperanza desactivada. El sueño común: un futuro mejor, especialmente en el terreno deportivo.

Ha sido así siempre en los últimos periodos históricos, hasta cuando el resultado final de la operación acabó en el más nefasto posible. Agapito Iglesias también fue recibido con euforia general, como un salvador, un verdadero rey Midas. El engaño fue mayúsculo y el desengaño, de dimensiones y consecuencias duraderas. Anteriormente la familia Soláns gozó de un reputado prestigio, especialmente la figura de Alfonso padre. El Real Zaragoza tocó el cielo. Luego, con los años, a Alfonso hijo le tocó vivir el lado amargo del deporte. Eran otras épocas y otros contextos. Hoy, mirando esa productiva etapa con adecuada perspectiva, justicia y viendo cómo y dónde está el equipo en la actualidad, aquellas críticas resultan hasta hilarantes. La etapa de la familia Soláns, con algún borrón rápidamente solventado, fue brillante y muy generosa en conquistas deportivas. Un episodio feliz.

La era de la Fundación 2032 comenzó como se inician casi todos los procesos de cambio en el fútbol, con un torrente de ilusión. La salida de Agapito Iglesias y la entrada en el capital de reconocidos empresarios aragoneses volvió a producir ese efecto. Siete años después, el Real Zaragoza es una Sociedad Anónima mucho más seria, ordenada, gestionada con rigor y con una deuda sensiblemente reducida pero todavía enorme. A nivel deportivo, la razón de ser de estas empresas del sentimiento, el equipo sigue en Segunda División y el objetivo principal, el ascenso, no se ha conseguido. A día de hoy, la masa social está muy desilusionada. El desgaste ha sido notorio y evidente.

Una cosa son las expectativas y otra, los resultados. A veces van de la mano y a veces terminan en sonados divorcios. Al Zaragoza actual las cosas le han ido mal en el campo. En algún momento le ha faltado esa pizca de suerte, ese guiño cariñoso del destino. El cabezazo de Dorca en Las Palmas, la irrupción de la pandemia con el Zaragoza de Víctor Fernández lanzado hacia Primera, la vuelta con el Numancia en semifinales del ‘playoff’ con Natxo González al mando. Fortuna no la ha habido. Tampoco ha sabido gestionar bien esos escenarios de presión. Por lo que fuere, el Real Zaragoza continúa donde estaba. Ahora, la rueda del fútbol vuelve a girar. Es momento de cambios. Otra vez tiempo para reilusionarse.