Nada de lo que está sucediendo en estas últimas semanas en el Real Zaragoza puede circunscribirse dentro del terreno de lo ordinario. Más bien debería encuadrarse en la excepcionalidad. Nada es normal, todo es extraordinario. Los propietarios están inmersos en el proceso de venta de la Sociedad Anónima, una situación que se produce de tanto en tanto, con una frecuencia muy espaciada en el tiempo. Por el momento, en este siglo ha habido dos cambios en la cúpula accionarial de la entidad, el de 2006, con el traspaso de poderes de Alfonso Soláns a Agapito Iglesias, y el de 2014, con la salida del empresario soriano y la llegada de la Fundación 2032.

El tercero está en su última fase de gestación estos días, con el calendario avanzando hacia el inicio de la pretemporada y con el comienzo de la campaña 2021-2022 ya fijado para el fin de semana del 15 de agosto. En medio de este maremágnum de negociaciones ha quedado arrinconada una parcela capital para el futuro: la planificación deportiva. Miguel Torrecilla, el responsable con mando en plaza, ha sido confirmado en su puesto como Juan Ignacio Martínez en el suyo por los aparentes futuros dueños de la SAD, Spain Football Capital, sin que la operación haya cristalizado en la firma, lo que da también una dimensión de la singularidad del caso.

Torrecilla continúa trabajando sin una hoja de ruta clara. No sabe cuánto va a poder gastar en la plantilla ni cuál va a ser la potencia económica del nuevo Zaragoza. Eso le imposibilita avanzar con paso ligero. Tiene listas, prioridades, nombres, conversaciones hechas, decisiones tomadas, pero sigue con las manos con las que se firman los contratos totalmente atadas hasta saber cuál es la realidad societaria, financiera y, por lo tanto deportiva, del Real Zaragoza.