No pudo cerrar el Real Zaragoza su stage con pleno de triunfos ni de porterías a cero por un gol del Atromitos en los últimos minutos. Un pequeño borrón, muy ligero, en una concentración que ha devuelto algo de fe al aficionado blanquillo. Empató el equipo aragonés ante el griego (1-1) en un duelo muy tosco, áspero y de una dureza por parte de los helenos tan incomprensible como desmedida tratándose de un amistoso. Pero más allá del resultado final, el cuadro aragonés siguió mostrándose como un equipo muy seguro, solidario, competitivo y que con balón cada vez se atreve a más. En la buena línea.

Y todo ello aliñado con una nutridísima presencia de canteranos. De hecho, JIM le dio la batuta del ataque a tres niños: Carbonell, Puche y Pablo Cortés. Por detrás, Javi Hernández, Francho y Zapater completaban la nómina de jugadores de la Ciudad Deportiva, un motivo de orgullo. No juegan por cumplir con la cuota, lo hacen por merecimiento propio. El técnico aprovechó para dar descanso a los más habituales y los jóvenes cumplieron con creces.

Ahora bien, el partido en sí no fue una oda al fútbol. Se notó la bajada en la entidad del rival con respecto al Elche y el Valencia y el duelo se asemejó más un encuentro medio de Segunda División. Careció de ritmo, hubo pocas ocasiones y ambos conjuntos se centraron en estar bien arropados y en no dejar espacios. Poco que rascar deportivamente hablando, aunque el Atromitos ya se encargó de rascar en el otro sentido.

Francho, de volea desde unos 30 metros, le pegó muy arriba a los diez minutos. Mientras, el Real Zaragoza construyó su juego en la posesión, en mimar el cuero y sacarlo desde atrás con tacto y paciencia, pero la presión alta del Atromitos incomodó. Hubo demasiado juego en campo propio, pero fue efectivo para alejar a los griegos de Ratón.

Nieto tocó con la bota un córner botado por Zapater que llevaba veneno, Pablo Cortés apareció de zurda para probar desde lejos sin fortuna y el meta Piric no atajó un balón en el área en una indecisión defensiva. No eran ocasiones claras, pero sí que se veía que el Real Zaragoza tenía algo más.

En el minuto 38, la contra perfecta. Ratón inició la ofensiva, Puche enfiló la meta contraria 70 metros, cedió a Carbonell, el extremo se la devolvió al turiasonense y apareció por el otro lado como una bala el pichichi Fran Gámez para empujar el regalo de Puche. Una transición inmejorable.

Agresividad griega

En la segunda parte, como contra el Valencia, el Real Zaragoza jugó algo más replegado y más cerca de la portería defendida por Cristian Álvarez. Fue, por decirlo de forma muy sutil y elegante, muy aburrida. El conjunto aragonés se defendió bien y con mucho orden, brotes verdes en una Segunda División tan salvaje, pero en ataque se prodigó muy poco.

En el tramo intermedio, Piric estuvo atento para cortar otro gran pase de Carbonell en dirección a Puche, el delantero centro del amistoso. Poco después, Carlos Nieto se internó en el área, pero su tiro cruzado de zurda se fue desviado cuando Puche andaba con la caña preparada. A falta de pan, debieron pensar los del Atromitos, buenas eran tortas y viendo que con fútbol no les daba para igualar comenzaron a desplegar un juego demasiado duro, impropio de un encuentro de pretemporada. Muy peligroso.

Finalmente, Oikonomidis, con un rechace escorado dentro de área que cruzó a la escuadra contraria, logró igualar el encuentro y dejar al Real Zaragoza sin el premio moral que hubiera supuesto conseguir pleno de victorias en Murcia sin haber encajado ningún gol. Un pequeño tachón que no empaña una mejoría palpable de un equipo que, de la mano de JIM, sigue trabajando en ser sólido y fiable. El resto, ya llegará.