Que la normalidad se conciba como anormalidad es síntoma, precisamente, de anormalidad. Regresó el público a La Romareda para presenciar un partido del primer equipo del Real Zaragoza tras más de 500 días de penitencia por la pandemia y volvió con una sensación de cierta extrañeza. Porque aunque el acto en sí de ir al fútbol sigue siendo el mismo, las condiciones no lo son. Y eso, al final, se acaba notando.

Lo que sí que dejó bien claro la afición del Real Zaragoza, los alrededor de 4.000 seguidores blanquillos que se dieron cita en el municipal, es que su respeto de las normas fue escrupuloso y ejemplarizante y, sobre todo, que está cansada de la propiedad y del lado de sus jugadores. Lo mostró en el inicio del partido, en las dos pausas de hidratación y en el minuto 32 de las Agapitadas.

La soberana afición blanquilla discernió entre los jugadores y el equipo, con los que demostró que están hasta el infinito y más allá pese a lo sucedido el curso pasado y que, la mayoría, sean los mismos protagonistas. Pero la película cambia con aquellos que ocupan el palco, que fueron el objetivo de cánticos de censura.

El partido amistoso contra el Getafe y la vuelta a casa fue la primera ocasión que tuvo el zaragocismo para mostrar su descontento con una venta retrasada hasta límites peligrosos para la planificación deportiva, de expresar que quiere un cambio de propiedad y de que la actual deriva tomada por la cúpula del Real Zaragoza no es la adecuada. Y aprovechó la oportunidad. Quizá sin mucha virulencia, pero se hizo notar.

Ovaciones y pitos

La afición separó pronto el grano de la paja e hizo saber a los futbolistas que lo malo va con los del palco. Con los futbolistas, a muerte sean los que sean, esté quien esté a partir del 31 de agosto. El canto de las alineaciones por parte del speaker ya fue un indicativo claro. Cristian, el santo que se hizo hombre y el portero que quiere retirarse en el Real Zaragoza siendo toda una institución, se llevó la ovación de la noche. Merecidísima por otra parte. Se notaba que había ganas de devolverle, aunque fuera solo con aplausos, lo que el argentino da al conjunto aragonés.

El resto de los jugadores también se quedó con su parte del pastel de las ovaciones, con especial énfasis en los canteranos y en un Juan Ignacio Martínez muy querido. El zaragocismo no olvida que quiso venir cuando otros desecharon el complicado reto, que cumplió el objetivo de salvar al equipo y que debe ser el faro sobre el que se construya el conjunto.

Ahora bien, con el pitido inicial se iniciaron los primeros cánticos en contra del palco, comenzados por el Gol de Pie y secundados por el resto del estadio: «Directiva dimisión» o «estamos hasta los huevos» fueron algunos.

Dos seguidores portan una bandera con los escudos de Aragón y del Real Zaragoza en La Romareda. Jaime Galindo

De todos modos, fue un conato de incendio inicial rápidamente sofocado porque las ganas de fútbol superaron a las de protestar. Echaba de menos la masa social a su Real Zaragoza, el balón rodando por La Romareda y esa sensación de querer ver ganar en directo a su equipo pese a que sea un amistoso. Los siguientes minutos fueron fríos, de silencio, como si los seguidores tratasen de recordar cómo era venir al estadio, gritar, vibrar, disfrutar, protestar, silbar, aplaudir, cabrearse o celebrar. Como una amnesia temporal que necesitaba estímulos y sensaciones para rememorar la felicidad que trae consigo el hogar de los zaragocistas.

Quizá también ayudó la obligación de mascarilla, la distancia interpersonal o que faltase gente para compartir impresiones, pero lo que seguro que no secundó fue el partido, espeso y muy difícil de digerir en su primera mitad y también tras el intermedio. Por momentos pareció un duelo a puerta cerrada, con más sonidos de los futbolistas y entrenadores que del público. Luego se animó más.

Ahora bien, con la pausa de hidratación, el primer momento de descanso de los jugadores, el foco volvió a la directiva, que se llevó pitidos y nuevos cánticos en una nueva demostración de que el asunto no va con los jugadores ni el cuerpo técnico. Se volvió a encender la mecha. La afición, especialmente el Gol de Pie, pidió a la directiva una vez más su dimisión, centró sus cánticos en Luis Carlos Cuartero, director general, y Christian Lapetra, el presidente. Lo mismo sucedió en la pausa de hidratación de la segunda mitad, aunque esta vez el grito salió del estadio y no de la esquina del gol norte. Por si fuera poco, en el minuto 32 regresó, aunque de forma tímida, un recuerdo de una página oscura del pasado y que se ha quedado como un minuto simbólico de protesta: la Agapitada.

Todo un ejemplo

De todos modos, pese a la lógica protesta por la situación institucional del club, el zaragocismo mostró sus ganas de regresar a La Romareda y fue un ejemplo de civismo. El club ya había recordado en sus canales la normativa a seguir de acuerdo con la comunidad autónoma. David García, el speaker del estadio, recordó en varias ocasiones las normas a seguir por los aficionados, pero se podría haber ahorrado el esfuerzo fácilmente porque fue un ejemplo en todo momento.

Sea como fuere, en un amistoso o en un partido de fuego real, con una Romareda llena o a cuarto de gas como ayer, con más o menos fichajes o más o menos canteranos, lo que es impepinable es que se echaba muchísimo de menos el griterío, ese murmullo en un contragolpe o un larguero del rival, esa protesta al árbitro por una falta o un fuera de juego, el comentario espontáneo y la sensación de ver, vivir y sentir el fútbol por los cincos sentidos. Y en una semana, que se preparen los jugadores, porque un 40% de aforo parecerá un 100%.