En el fútbol hay golazos, tantos que echan humo en las repeticiones de los reproductores y en los que todo el mundo se recrea. En el fútbol hay goles antológicos y para el recuerdo, hay goles en propia puerta, muy famosos por estos lares, goles del honor, goles fantasma, goles a balón parado, goles de penalti, goles de oro, goles de rebote, goles psicológicos, goles de la tranquilidad y hasta el gol del cojo. Goles hay de todos los tipos y de todas las maneras. Y luego están los goles que no llegan, los goles perdidos, como los quintos en día de permiso, la falta de gol y los equipos sin gol.

Al cabo de nueve jornadas de Liga, y disputado ya el Real Zaragoza-Huesca en La Romareda, partido con un maravilloso ambiente de Primera División y con futbolistas de Segunda en la suerte de la definición, el equipo de Juan Ignacio Martínez volvió a reincidir y a profundizar, una semana más, en el problema que lo ha anclado a la zona de descenso, donde permanece sin sacar la cabeza, y que desespera al más sereno y tranquilo de los aficionados. Cinco goles en nueve encuentros (0,55 de media), el que menos de toda la Segunda. En ese raquítico número están todas las explicaciones, las razones y las consecuencias.

El Zaragoza volvió a acariciar el gol en la segunda parte, después de una primera con mayor color azulgrana y un disparo de Joaquín al larguero. Lo intuyó desde el punto de penalti Álvaro, que forzó la pena máxima con oficio e inteligencia. Su disparo se estrelló en el palo. Casi en el mismo lugar donde él mismo había impactado un zurdazo desde dentro del área en otra buena maniobra de nueve puro. Su mala definición empañó su estupenda puesta en escena. Otra jornada más y el problema no remite. Permanece. Crece. Preocupa. Los delanteros no marcan y el Zaragoza sigue sin gol.