Uno, otro, otro, otro, otro, otro, otro, otro y otro. El Real Zaragoza no pierde, casi ya un detalle menor con el mes de noviembre aquí mismo, pero por encima de todas las cosas no gana a nadie. Empate a empate, punto a punto, no va a ningún sitio. No hay futuro con esta dinámica cada vez más comprometida. La novena igualada consecutiva, récord de récords, ha mandado al equipo de regreso a los puestos de descenso, con trece miserables puntos en trece jornadas, un balance paupérrimo, catastrófico, a uno de la zona de salvación que, ahora mismo, marca la Real Sociedad B.

El empate contra el Mirandés no es como los anteriores, tiene matices hirientes. Hace muchísimo más daño y, con seguridad, dejará importantes secuelas y consecuencias. La manera en la que se produjo, absolutamente cruel, casi en el último suspiro, ahonda en la profundidad de la avería deportiva. La igualada del conjunto burgalés premió su mejor partido, con más fútbol, calidad y llegadas, y castigó una actuación de muy bajo nivel del Real Zaragoza, especialmente en la segunda parte. Solo Cristian Álvarez mantuvo el 1-0 en lo alto del luminoso con varias paradas de verdadero mérito.

El empate hace mucho daño y deja señalado y tocado a Juan Ignacio Martínez, que se obsesionó tras el descanso con ensogar el 1-0 tras la mala experiencia de Gerona, donde sus jugadores pecaron de falta de oficio para conservar un 0-1. No aplicó, sin embargo, buenas soluciones para llevar adelante su plan, como dar entrada a jugadores livianos y sin físico, Yanis o Bermejo, para salvaguardar una renta mínima. Decisiones extrañas. No son las primeras. Su aura de la pasada temporada ha desaparecido. Ha extraviado aquella buena fortuna que le acompañó en la maravillosa remontada de la temporada 20-21. Y, quizá, hasta haya empezado a perder algo más.