Parece brujería, pero no lo es. Se trata, simplemente, de fútbol y de la incapacidad de un equipo para ganar ni siquiera cuando todo parece destinado a conseguirlo. Y eso que esta vez, Cristian, más santo que nadie, se empeñó en acabar con el mal fario y conducir al Zaragoza a por su segundo triunfo en trece partidos. Lo sacó todo el meta, pero ni sus compañeros ni el entrenador colaboraron. Esta vez, el disgusto fue en el 95, cuando más duele, sí, pero absolutamente merecido porque el Mirandés quiso y el Zaragoza, agotado física y mentalmente, fue un alma en pena sobre todo en una segunda parte tenebrosa. Dantesca. 

Todo se puso de cara nada más empezar. Lo nunca visto para un Zaragoza, que, esta vez sí, salió decidido a por el rival. Adrián habilitó a James para que el disparo del nigeriano acabase en Nano Mesa tras rebotar en Odei. El canario solo tuvo que empujar el balón a la red pero el asistente invalidó el tanto por fuera de juego que el VAR, después de dos minutos de revisión, concedió para algarabía de una Romareda que no se lo podía creer. La noche prometía.

El tanto, sin embargo, cogió tan de sorpresa al Zaragoza que no tuvo muy claro qué hacer con él. Bien protegido por Petrovic y con el sempiterno 4-1-4-1 que solo el serbio y Adrián parecían leer adecuadamente, el Mirandés, que llegaba a Zaragoza sumido en una profunda depresión, apretó puños y dientes y se fue hacia Cristian. Meseguer, con un disparo a media distancia, y Odei, al rematar una falta lateral, avisaron a los aragoneses de que los burgaleses no estaban por la labor de tragarse el truco. Cristian lo tenía claro.

La afición, más santa que Job, no paraba de animar a los suyos. El marcador a favor, el rival propicio y el sueño de, al fin, ver ganar a su equipo, algo que no sucede desde antes de la pandemia. Ganó a puerta cerrada sí, pero aún no lo ha hecho con su gente en la grada. 

Una vaselina del serbio que se marchó desviada fue el único acercamiento del Zaragoza en una primera parte en la que fue el Mirandés, obligado por la desventaja, el que más se acercó al área rival. Vicente y Simón rozaron el empate en sendas ocasiones antes de que Nano Mesa afrontase mal una contra que no supo culminar. Los locales, cada vez más aferrados el envío en largo, se fueron al descanso con el susto en el cuerpo merced a un gol fantasma de Camello. El cabezazo del delantero, tras rebotar en el palo, no rebasó por completo la línea de gol y el Zaragoza se libró del sofocón. Esta vez, la suerte parecía de su lado.

Pero el equipo aragonés fue un adefesio tras un descanso en el que JIM, preso de la ansiedad y el miedo, sorprendió a todos dejando fuera a Adrián, seguramente, uno de los pocos que estaba entendiendo el partido. El técnico, que también prescindió de Chavarría, recurrió a Zapater y Nieto con el supuesto objetivo de sujetar con uñas y dientes esa ventaja en casa tan añorada y deseada. 

Pero el Mirandés siguió a lo suyo. Cristian se esforzó a fondo para detener un cabezazo de Camello y al Zaragoza le empezó a entrar el miedo en el cuerpo. Líneas juntas, mismo dibujo y pocas ideas mientras la lluvia lo hacía todo más complicado. Cristian, de nuevo, evitó el empate al desviar un disparo al palo corto de Vicente poco después de que Álvaro culminase con un disparo flojo una contra llevada por Nano Mesa. 

Te puede interesar:

Pero, mediado el segundo periodo, la entrada de Gelabert y, sobre todo, Riquelme, fue determinante. La oscuridad comenzaba a cubrirlo todo, pero no cundía el pánico gracias a Cristian, ese santo varón capaz de hacer milagros. El argentino negó el tanto a Carreira con otra intervención prodigiosa con la que se volvía a ganar el cielo. Al contrario que JIM, al que no se le ocurrió otra cosa para proteger el tesoro que apostar por Yanis y Bermejo cuando el partido exigía futbolistas capaces de tener el balón. Ya con el partido agonizando, y cuando la única misión era resistir, el entrenador recurrió a Lluís López pero, sorprendentemente, no para jugar con tres centrales. 

El árbitro se pasó con el añadido y el Mirandés se negó a morir. Quiso vivir y lo hizo con un gol de Brugué que, tras aprovechar un mal despeje de Jair, castigaba el miedo de un Zaragoza que suma nueve empates seguidos. Y que da pánico. La Romareda, harta de estar harta, clamó contra la directiva y, desesperada, despidió a los suyos con bronca. Ya está bien.