Hace bien nada, el Real Zaragoza era un manojo de nervios, preso de una sucesión interminable de empates que, sin merecerlo, metieron al equipo en un océano de dudas y rebajaron progresivamente su nivel de juego hasta generar la lógica incertidumbre y una creciente desconfianza en sus posibilidades. Los partidos contra la Ponferradina, en Montilivi o frente al Mirandés emitieron señales de alerta. El proceso era regresivo. En un contexto de presión, caído a puesto de descenso y con una puntuación bajísima, el club no titubeó y mantuvo toda su fe en Juan Ignacio Martínez a la espera de que llegara esa victoria que el destino había negado. Un triunfo y ver cuáles eran sus efectos.

Ese punto de inflexión se produjo en Burgos en el peor partido de la temporada. A partir de ahí, el Real Zaragoza hizo clic, como ya lo había hecho por fútbol y volumen de juego tras el triunfo de Alcorcón contra el Fuenlabrada y la Real Sociedad B, aunque el divorcio con las victorias se mantuvo injustamente. Ganó bien al Sporting y este sábado, con bajas sensibles pero una misma idea, remontó en Las Palmas, tercera consecutiva, con un fútbol de muchos galones, valiente, atrevido, vertical, combinativo y que busca la portería contraria a pecho descubierto, nada que ver con el Zaragoza de JIM de la temporada pasada.

El equipo resistió la primera media hora, en la que apenas olió el balón y comenzó perdiendo. Luego tuvo una respuesta magnífica a partir de una acción de tiralíneas nacida del pie de seda de Eguaras, continuada con una delicatessen de Gámez y culminada con un zurdazo de Bermejo, soberbio encuentro el suyo, como el de JIM en la dirección e interpretación de cada momento del partido ante un rival de gran categoría ofensiva. Los dos goles de Álvaro Giménez, reencontrado consigo mismo tras el abrazo de El Plantío, sellaron el triunfo en un partido maravilloso que anuncia definitivamente otros tiempos.

La vida, la personal y la profesional. El deporte. Y el fútbol. El fútbol también es un estado de ánimo. El del Zaragoza ahora mismo rebosa felicidad, seguridad y determinación. La confianza que dio el triunfo de Burgos ha destapado el tarro de aquellas esencias nunca culminadas. Al juego, que lo hubo aunque sin victorias, le acompañan ahora los resultados. El equipo se ha disparado en la tabla (séptimo con 22 puntos), ha disparado su cotización, la alegría de sus seguidores y sus expectativas.