Después de revivir en Burgos y firmar dos de las mejores actuaciones de la temporada frente al Sporting y en Las Palmas, tres victorias consecutivas que habían tenido su reflejo en un gran salto clasificatorio y disparado las expectativas, una montaña rusa tan común en esta categoría de permanentes vaivenes emocionales, el Real Zaragoza se quedó de repente sin pilas de nuevo en La Romareda, anegada de resultados frustrantes este año. Una muy mala primera parte condicionó por completo el partido, que se le puso como un guante al Leganés. Salvo los primeros quince minutos de la segunda mitad, el equipo de Juan Ignacio Martínez no entró en ningún momento en un traje lejos de sus medidas.

Las causas, variadas. Tras dos jornadas de alto nivel individual y colectivo, JIM tenía mucho para elegir. No seleccionó bien. El centro del campo con Zapater, y Francho desubicado, no funcionó. El medio necesita otro vigor junto al internacional sub-21. La ausencia de Chavarría, aún justo físicamente, dio la oportunidad a Nieto, triste protagonista en el 0-1 con una entrega fallida a Cristian Álvarez. Bermejo, soberbio en Gran Canaria, terminó sustituido y sigue sin ser un futbolista consistente. En consecuencia, el Zaragoza estuvo plomizo en los primeros 45 minutos, muy lento, absolutamente nublado de ideas. Ni propuso ni logró. No fue el que venía siendo sino el que había sido en noches no muy lejanas pero que parecían olvidadas.

El encuentro acabó pronto en el terreno soñado para el Leganés. Muchos nervios, precipitación, protestas, un árbitro despistado, artimañas, confusión y demasiado lío. Hubo un momento tras el descanso en el que el equipo recuperó la energía con la entrada de Vada y Narváez, pero Gaku la apagó con el 0-2. El Zaragoza de la tarde frente al Sporting o de Las Palmas, que parecía el conejo de Duracell, que seguía, que seguía, que duraba, que duraba, se quedó sin energía.