La derrota contra el Leganés, por el fondo pero también por la forma, dio carpetazo seco a la anterior y esperanzadora racha de tres triunfos consecutivos, Burgos, Sporting y Las Palmas. También a una larguísima trayectoria de trece encuentros sin perder, que habían hecho poca despensa, porque punto a punto se avanza lentamente en la Liga de los tres puntos por victoria. El 0-2 en La Romareda abrió viejos interrogantes sobre la réplica inmediata que sería capaz de dar el Real Zaragoza a ese tropezón.

La respuesta fue otro empate, de peor asimilación que muchos de los previos. La cuestión es que el plan de partido de Juan Ignacio Martínez funcionó al principio: balones curvados a la espalda de la defensa. Así llegó el 0-1, obra de Álvaro Giménez, que está ya haciendo con regularidad el trabajo para el que se le contrató, marcar, tras un servicio preciso de Gámez que Vada había estrellado en el palo en una bonita vaselina. Había podido el equipo marcar antes en una acción de corte similar por el otro costado tras un pase en profundidad al espacio de Chavarría que Álvaro estrelló contra el portero.

Todo funcionaba y discurría por el carril adecuado hasta que Jair metió el balón en su propia portería al tratar de despejar una falta lateral. El 1-1 cambió la dinámica del encuentro, que entró en una fase de tinieblas para el Real Zaragoza, plano y sin ideas. La expulsión de Orozko en el minuto 68 por una entrada temeraria sobre Vada pareció una ventana de buen tiempo entre el vendaval de mal juego. No fue así. JIM no interpretó bien la situación, apenas buscó las superioridades por fuera y sus cambios fueron en dirección contraria al destino buscado: el triunfo. Pasó casi media hora sin que pasara nada. El Zaragoza ni creó peligro ni remató a puerta. En Lezama desilusionó. Fue el Zaragoza que ni fu ni fa.