No hace tanto, poco más de un mes, aunque parezca que fue en otro tiempo, el Real Zaragoza emitía unas señales de recuperación atractivas, corroboradas con las convincentes victorias contra el Sporting, en Las Palmas o frente al Eibar. Fruto de ello, terminó la 19ª jornada el 6 de diciembre a solo cuatro puntos del sexto clasificado y con unas perspectivas interesantes. Después de un arranque de Liga decepcionante, siempre en terreno peligroso, el equipo pegó ese estirón en la tabla como consecuencia de que elevó de manera fehaciente y constatable su nivel de juego hasta el punto de que logró derrotar, y hacerlo bien, a rivales de esa entidad.

El Real Zaragoza alcanzó un momento de cocción sugerente. Eso sucedió. De ahí que allá por noviembre y principios de diciembre de la boca de los futbolistas empezaran a salir brotes verdes. Narváez: “El único objetivo es el ascenso y lo vamos a conseguir”. Álvaro Giménez: “Si seguimos así, seguro que podemos soñar”. Jair: “Hay que mirar lo más arriba posible”. Palabras en la dirección que marcó Miguel Torrecilla, el director deportivo, al inicio de la campaña: “Somos un proyecto que tiene que estar en la pomada”.

El Real Zaragoza fue solvente en los esfuerzos a corto plazo y aprovechó bien el viento favorable del refuerzo moral que supuso la victoria de Burgos para destapar los mejores momentos de fútbol de la temporada. En los esfuerzos de largo recorrido, que exigen regularidad, continuidad en el nivel y potencia verdadera, ha sido donde el equipo se ha vuelto a gripar y no ha aguantado el tirón. Después de subir como la espuma en poco tiempo, ha vuelto a caer por su propio peso hasta la zona baja, tanto que ya ve más lejos el playoff (diez puntos) que el descenso (seis).

Ahora mismo, las declaraciones que salen del vestuario están contagiadas por el temor y el conservadurismo. El grupo prioriza por encima de todo las porterías a cero cuando suma cuatro jornadas sin hacer gol. Las tres derrotas consecutivas y la forma en que se produjeron (Almería, Tenerife y Mirandés), feas por distintas razones, han generado un clima de desconfianza en el propio equipo, que se plasmó también en la primera parte en Ponferrada y en la manera en la que Juan Ignacio Martínez decidió acabar el partido: sin delanteros y defendiendo el punto contra viento y marea. La pomada de Torrecilla queda lejos ahora. En estos momentos, el objetivo debe ser encontrarse de nuevo durante el parón, recuperar la autoestima y un patrón con más fútbol para crecer y evitar sustos. Dar con la pomada más eficaz contra el miedo.