Polvo, niebla, viento y sol, tierra dura este Aragón, pero de gentes nobles y con un acusado instinto identitario para defender sus principales símbolos. Uno de ellos, el Real Zaragoza, cordón umbilical que siempre ha hecho palpitar a miles de corazones, de norte a sur y de este a oeste. Después de años de calma, de quietud, de un dilatado tiempo de gracia con los nuevos propietarios, herederos en 2014 de una etapa atroz en la que un dueño irresponsable y unos gestores ruinosos dinamitaron el presente y asolaron financiera y deportivamente el futuro del club, la venia con su apenas contestado gobierno ha llegado a su fin. Desde el prisma social, han sido ocho campañas en las que todo ha estado bajo un férreo y silencioso control, con giros de guion cuando han sido necesarios y anzuelos para picar.

A pesar del anuncio público de la Sociedad Anónima de un cambio de propiedad «en los próximos días» y el consiguiente intento desmovilizador, cerca de 2.000 personas trasladaron a las puertas del estadio toda esa corriente de descontento por primera vez de forma masiva. La idea nació y se extendió a través de las redes y la protesta se escenificó como las de antes, con pancarta, proclamas y abrigo. Luego se trasladó al interior del estadio con la entrada de mucha gente en el minuto 10 y con una pañolada y pitada unánime y sonorísima en el minuto 32. Como la sociedad, la afición del Real Zaragoza también ha cambiado. Su comportamiento, sus reacciones, su conducta en la grada, no es la misma que la que vivieron los Magníficos, los Zaraguayos o los jugadores de la Recopa. Ni siquiera equipos de generaciones más cercanas.

Es una masa social mucho menos crítica, sin aquel espíritu habitualmente fiscalizador, muy rejuvenecida, entusiasta, capaz de crear un clima de apoyo nunca visto (los recibimientos en los exteriores de La Romareda han sido históricos, la atmósfera dentro del campo única y cargada de una emotividad impresionante, siempre con un aliento sano, sin condiciones y mucho simbolismo, seña para siempre de estos tiempos, como los maravillosos himnos a cappella). Es una masa social que en amplias capas, las más jóvenes, solo ha vivido un Zaragoza sin glorias.

Como si hubiera actuado guiado por un impulso natural de protección, tomando conciencia de la extrema debilidad económica y estructural del club, con continuas amenazas de desaparición, fueran reales o estratégicas, este nuevo zaragocismo ha protegido al Real Zaragoza todos estos años como hubiese hecho un buen padre con un hijo, sin pedir nada a cambio y a pesar de que las temporadas de desengaños deportivos se han sucedido una tras otra.

Hasta ahora, que el vaso de la paciencia se ha desbordado después de unos episodios impropios en el consejo de administración, demasiadas triquiñuelas, un modus operandi muy cuestionado en la dirección deportiva, peligrosísimos mensajes de decadencia y desinterés y el equipo otra vez anclado abajo con otro empate más (2 puntos sumados de los últimos 15), esta vez contra el Valladolid y a pesar de la mejoría, insuficiente porque sin gol es imposible ganar, y de un estupendo Petrovic. Han empezado a soplar vientos de cambio. El zaragocismo alzó la voz. Su fuerza es la de siempre: el poderoso viento del pueblo.