Cuando el Real Zaragoza lo firmó este pasado verano, Lluís López no era un jugador curtido en mil batallas pero tampoco un rookie. En las dos últimas temporadas, cedido primero en el Tenerife y luego en el Espanyol, su club de formación, había participado en 27 partidos en Segunda División. Anteriormente, en Primera, también con los catalanes, ya había tenido diez apariciones en dos campañas. Al Zaragoza llegó con 24 años y en unos días, a principios de marzo, cumplirá 25. El club le garantizó dos de contrato, este y el siguiente. Fue una apuesta por un defensa joven, en propiedad, con posibilidades de crecimiento y revalorización. Sobre el papel, una operación bien pensada si el jugador respondía a las expectativas sobre el césped.

En su debut con la blanquilla, a Lluís López no le ha ido bien hasta ahora. En 19 encuentros, trece de titular, ha dejado más dudas que certezas, algunos errores importantes que han costado puntos al Real Zaragoza y que le han colocado en un escenario difícil: contra Las Palmas el respetable recriminó con pitos su cambio cuando entró tras el descanso porque Juan Ignacio Martínez entendió que la amarilla con la que cargaba Gámez era un riesgo inasumible.

Sobre Lluís López pesan, sobre todo, sus fallos, algunos especialmente visibles, errores directos o de posicionamiento, pero también la alargadísima sombra y las comparaciones con Alejandro Francés, el titular del puesto en esa zona de la zaga y un central de una proyección espectacular. También la de Enrique Clemente, defensa y canterano, 22 años, internacional en categorías inferiores y que tuvo que salir a buscarse las judías a San Sebastián sin haber disfrutado de ninguna de las oportunidades con las que sí ha contado López ni la posibilidad de equivocarse el mismo número de veces.

Sea como fuere, Lluís no es un mal futbolista, aunque no lo está haciendo nada bien. Tiene ante sí un desafío importante. Sobreponerse a una situación personal delicada y en un escenario de presión para un jugador todavía joven. Una prueba exigente para medir su capacidad de respuesta, su nivel profesional y su grado de madurez en la adversidad. Demostrar si está hecho de mármol o de mantequilla.