Juan Ignacio Martínez se considera un hombre con suerte. Afortunado y agradecido con la vida, con su carrera y su profesión, que ahora desarrolla con el aplomo de un veterano y la pasión de un juvenil en el Real Zaragoza en el cargo de entrenador. En su primera temporada, que siempre quedará en la memoria por la trascendencia de su obra, manteniendo al club en el fútbol profesional salvando una situación extremadamente delicada, quizá la más compleja de esta agónica etapa en Segunda, JIM contó con la fortuna como aliada, la misma que le dio la espalda en el inicio liguero del presente curso. Aquel ‘a veces no sabíamos ni cómo ganábamos los partidos’ fue la constatación sincera de un hecho que, ahora, en la espectacular resurrección de las tres últimas semanas ha vuelto a sonreírle.

Nada de lo que ha sucedido, de esos nueve puntos de nueve posibles, tres victorias consecutivas que han alejado definitivamente el fantasma del miedo y han abierto una rendija de esperanza a sueños mayores, hubiera sido posible sin una concatenación de circunstancias que los dioses del fútbol decidieron a favor. El error a portería vacía de Hernani contra Las Palmas con 1-1, el fallo de Berrocal (y acierto estruendoso de Iván Azón) al ir a despejar un balón a dos metros de altura con el pie, el autogol de Fernando en el 1-0 de Francho contra el Almería, el penalti errado por Dyego Sousa (y parado por Cristian Álvarez) o los dos palos posteriores.

Una serie de coincidencias necesarias para que todo lo que ocurrió después, pudiera ocurrir. Sin embargo, detrás de esas eventualidades azarosas, hay mucho más. Hay una mejoría futbolística muy consistente gracias a la cual el Real Zaragoza ha podido ganar esos tres partidos, sin la cual no hubiera habido victorias ni con toda la fortuna del mundo. El equipo ha mejorado de manera muy sensible desde la revolución de invierno, especialmente en el centro del campo, en la construcción y la calidad del fútbol en los espacios medios, con la incorporación de Jaume y Eugeni, ambos también factores decisivos en otra causa de la mejoría: el aprovechamiento de las jugadas a balón parado con goles determinantes.

Contra Las Palmas, en el primer triunfo de la serie, el Zaragoza salió con mucha agresividad al campo y, fruto de ello, dominó a su rival y se adelantó. Luego explotó sus virtudes en un córner. En Gijón, el equipo dominó por completo la escena y a su oponente, al que controló con el balón y la pulcritud en su manejo. Ante el Almería, después de un primer cuarto de hora surrealista, interpretó muy bien el encuentro en la segunda mitad haciendo un ejercicio defensivo colectivo e individual sobresaliente, anulando casi por completo las armas ofensivas rivales, y buscando los espacios para apuntillar el encuentro. Lo pudo hacer en una buena cabalgada de Azón, que al final tuvo el premio gordo en otro saque de esquina.

Suerte sí, el Zaragoza ha tenido suerte en estas tres jornadas, pero la mayor de las suertes es que ha mejorado mucho, JIM también en la interpretación de los estados de forma, las elecciones, los momentos y las situaciones. Gracias a ello ha podido resurgir y puede pensar que nada de lo sucedido ha sido flor de un día. Más bien un jardín de argumentos futbolísticos.