El Periódico de Aragón

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La actualidad del Real Zaragoza

La última mañana con José Luis Violeta

'El Periódico de Aragón' juntó al 'León de Torrero' y a Aguado en La Romareda unos días antes de celebrar su 90 aniversario el Zaragoza. Locuaz y repleto de anécdotas, no dejó de repetir su orgullo como zaragocista y su deseo de ver al equipo en Primera antes de morir

Violeta y Aguado, junto a una de las porterías de La Romareda. ANGEL DE CASTRO

Aquella mañana del 15 de marzo, tres días antes de la efeméride del 90 aniversario, José Luis llegó puntual a la cita, con Xavi Aguado, con los dos jugadores que más veces han vestido la camiseta del Real Zaragoza en toda su historia, la charla surgía de forma natural, en la puerta de entrada de La Romareda, primero de fútbol en general, pero sin tardar girando hacia el Real Zaragoza, a su vida, a la espera de entrar al que fue el templo de ambos, el campo en el que tantas tardes de gloria vivieron. La mañana estaba nublada, pero Violeta estaba locuaz, con ganas de hablar, de recordar, tras un invierno en el que los achaques de la edad ya le habían mandado algunos avisos.

“¿Qué tal andas José Luis? ¿Paras fuerte?”. La pregunta era obligada y la respuesta del León de Torrero no dejaba entrever un desenlace tan rápido en menos de dos meses. “Bien, la covid me ha dejado secuelas, mucho cansancio, pero bien, estoy bien”. Violeta caminaba despacio y las escaleras de La Romareda le fatigaron, pero entrar en su estadio le cambiaba la cara. Primero, en el vestuario, lugar de un sinfín de anécdotas que narraba mientras Aguado no perdía detalle con carcajadas y sonrisas cómplices cuando el León de Torrero contaba cómo era el vestuario en su época y las diferencias entre aquel y lo que veía delante de sus ojos.

Violeta y Aguado en un momento de la entrevista con este diario el pasado 15 de marzo. ANGEL DE CASTRO

Bajó despacio por la rampa de acceso al campo, departiendo con Aguado sin cesar, ahora ya del Zaragoza reciente, de una temporada tan difícil que por entonces ya se había remontado para tener una situación más tranquila en la tabla. Venía el Zaragoza de cuatro victorias seguidas y en la expresión de José Luis se adivinaba el alivio tras la irregularidad anterior y el deseo de que esa racha no frenara, aunque no veía al equipo optando al playoff. Se lo decía la intuición. Seguro que también la sabiduría de muchos años de zaragocismo, de 14 temporadas vistiendo esa camiseta, de 473 partidos, de muchos años después sufriendo e ilusionándose con cada equipo y padeciendo ahora esta agonía por Segunda que ya dura nueve años.

Se acercó a la portería de Gol Sur, sin parar de conversar, recordando la Copa de Ferias, las del Generalísimo, hablando de Carlos Lapetra, al que adoraba y al que consideraba el mejor jugador que había tenido al lado, y la conversación derivó hacia sus inicios, a aquel ciclista que se perdió en el camino, con 33 pulsaciones por minuto, lo que explicaba después su gran despliegue físico en el césped, por culpa de una bronconeumonía que cogió tras ganar una carrera y llegar con tanta ventaja que se quedó frío después. Aguado escuchaba con la admiración que solo se profesan las leyendas, pero José Luis no hablaba nunca como una de ellas. Hablaba desde el zaragocismo y desde el corazón.

Se mostraba esperanzado con los cambios en la propiedad para que el Zaragoza tuviera más poder económico, “más capital”, y pudiera recuperar su esplendor y hablaba de la cantera, de la casa, de la importancia de que salieran jugadores de aquí

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Repitió varias veces la misma frase. “No me quiero morir sin ver al Zaragoza en Primera”. Se lo insistió al periodista también ya con la grabadora en mano. La muerte también apareció en algunos tramos de esa conversación. “Son 81 años ya… Muchos”. No quiso decir que el Zaragoza fuera su vida, habló de su familia, pero “es que este club ha sido parte de ella”. Se mostraba esperanzado con los cambios en la propiedad para que el Zaragoza tuviera más poder económico, “más capital”, y pudiera recuperar su esplendor y elogiaba a la cantera, a los de la casa, con la importancia de que salieran jugadores de aquí, de camadas que permitieran al club volver a ser lo que fue. Hablaba de los Magníficos y Los Zaraguayos, de lo impensable de que dos equipos tan enormes salieran tan seguidos y de lo orgulloso que se sintió jugando con ambos, sin entrar a valorar cuál fue mejor.

 También le salió muy clara la palabra que definía esos 473 partidos de zaragocista: “Orgullo”. Violeta estaba preocupado porque no sabía si le iba a dar tiempo a ir a la entrega de las insignias de oro por el 90 aniversario ya que tenía ese día médico. Era una confusión que se le aclaró desde el club y respiró aliviado al saber que ese acto era unos días antes. Así era José Luis, zaragocismo por los cuatro costados y que siempre estaba dispuesto para cualquier llamada del club que tanto le dio. La charla de las dos leyendas, tras más de hora y media, de paseos, diálogo y risas, acabó pasado el mediodía. Aguado se ofreció a acercar a Violeta a su casa y José Luis se giró para mirar La Romareda antes de marcharse. Quizá fue una de sus últimas veces en su templo.

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