Sintiendo en el cogote el aliento frío de la zona de descenso en medio de los rigores del invierno de la ciudad, con ese aire helador que pone en alerta, el Real Zaragoza se adentró en el mercado de enero con un objetivo, sacar la cabeza de abajo y resurgir, y dos medidas principales para conseguirlo: una profunda reestructuración del centro del campo y el fichaje de un delantero importante para resolver los problemas para hacer gol.
La remodelación del medio funcionó. Jaume y Eugeni tuvieron un impacto inmediato y el equipo cambió para bien cuando mejoró en esa parcela. Ganó en equilibrio, presencia, manejo y calidad. Fue una decisión acompañada de cierta polémica, porque supuso la salida de Eguaras, Ros y Adrián en el mismo pack, pero a posteriori acertada. La desafortunada baja de Grau provocó el efecto contrario cuando se produjo: el Real Zaragoza redujo su nivel competitivo y su solidez.
El fichaje para la punta del ataque fue desatinado. Miguel Torrecilla, cuyos principales desaciertos en su etapa en el club han sido los delanteros, volvió a errar. Lo había hecho anteriormente con Álex Alegría y luego con Álvaro Giménez o Nano Mesa. Su apuesta por Sabin Merino no ha funcionado. Al vasco le firmó hasta 2025 a pesar de sus 30 años y el momento de su carrera. Este año todavía no ha marcado con la blanquilla en cerca de mil minutos y su presencia en el campo es cada vez más fantasmal. Sabin no ha encontrado el sitio y cuando ha necesitado de la fortuna en algún buen remate tampoco la ha encontrado. Estamos ante un futbolista maduro y con capacidad de autocrítica que bien sabe cuál es su situación, consciente de que no ha respondido a ninguna expectativa.
Tiene contrato para tres años más, justo ahora que el Real Zaragoza inicia un nuevo ciclo de su historia, con cambio de propiedad incluido. A los nuevos gestores, con Raúl Sanllehí en la dirección general a la cabeza, les corresponde una importante tarea: discernir si el nivel de Sabin Merino del futuro es el que se ha visto en el presente y por lo tanto debe salir del equipo porque no sería válido para un proyecto serio de ascenso ocupando un espacio salarial destacado o si su rendimiento será superior en adelante, y por lo tanto útil, en un contexto diferente, más favorable y en una dinámica colectiva mejor. Toda una papeleta llevando Sabin como lleva la mosca de La Romareda detrás de la oreja.