El Periódico de Aragón

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La opinión de Sergio Pérez

El nivel de Carcedo y el nivel de la plantilla del Zaragoza

Juan Carlos Carcedo saluda a Gaizka Garitano, técnico del Eibar, antes del partido del lunes en La Romareda. JAIME GALINDO

En una entrevista con este diario con motivo de su visita a la ciudad para participar en un acto conmemorativo del centenario de la Real Federación Aragonesa de Fútbol, Víctor Muñoz sembró de titulares la actualidad zaragocista. Sobre Juan Carlos Carcedo, el actual entrenador, también dejó un mensaje: “No digo que no sea un gran entrenador, pero lo será cuando lo demuestre”.

Solo unos días después, el técnico está en el ojo del huracán y en torno a su figura se concentran los vientos más intensos del desencanto zaragocista después de la derrota en Miranda y el empate de impotencia en casa ante un Eibar con nueve, resultado de la caída en picado del nivel de juego. Carcedo tiene al equipo en el puesto decimosexto con solo nueve puntos de 24 disputados y únicamente cuatro goles a favor, a pesar de su notable rendimiento defensivo, al menos en lo que al número de tantos encajados se refiere (seis). En estos momentos queda más cerca la zona de descenso que el playoff, aunque anda que no quedan cosas por pasar.

El rendimiento de Carcedo está siendo pobre hasta el momento. Sus números son los que son. Como entrenador tiene la obligación de encontrar soluciones a los problemas y de no añadir más problemas a los ya existentes. Su plan de la pretemporada, usado de manera reiterada en los amistosos, una presión convencida y alta, ha desaparecido. Su idea de juego a partir del balón y del pase tampoco ha cuajado, aunque ha habido partidos que apuntaron en una esperanzadora dirección, clavo al que agarrarse. Si sucedió, puede volver a suceder. La suplencia de Manu Molina el lunes fue todo un síntoma.

La ausencia de Azón y la de Gueye estando presente le han perjudicado. Ahora parece no saber qué quiere ni cómo, insistiendo en exceso con futbolistas que no están dando de sí, desubicando a otros en el campo, aturullándose con los cambios y sin una dirección clara. El plan A no marcha, el fútbol se ha parado. Cuando eso sucede, todo técnico está obligado a enseñar su repertorio, disponer de recursos tácticos para girar la situación y capacidad para preservar la autoconfianza del grupo. Perderla es peligrosísimo.

Carcedo será un buen entrenador cuando lo demuestre. Todavía no lo ha hecho. Tampoco está dando el nivel el equipo, con pocos jugadores en un punto de regularidad consistente. La plantilla tiene virtudes manifiestas y futbolistas muy sólidos para la categoría en unos cuantos puestos. Tiene también claras lagunas, que con 10,1 millones de euros de límite salarial deberían haberse resuelto de otro modo: falta talento puro, intuición, distinción, creatividad, desborde por fuera y verticalidad e imaginación por dentro en zonas intermedias, aunque verdaderamente pocos clubs de Segunda tienen ese desequilibrio individual en este fútbol del pase, pase, pase y pase, esquivo por completo a la aventura y el riesgo personal.

El Zaragoza tiene demasiado dinero invertido en jugadores secundarios e intrascendentes para el resultado final, se dejó engañar por las apariencias en su evaluación del centro campo de la temporada pasada pero también cuenta con argumentos realmente interesantes: por ejemplo, un gran portero, buenos centrales, un centrocampista equilibrador de nivel, algunos medios con buen pie y delanteros jóvenes con mucho hambre, velocidad, capacidad atlética, condiciones presentes y gran futuro. Al lado de ellos, unos cuantos escuderos fieles muy aprovechables en un contexto favorable.

Carcedo da para más de lo que ha dado. La plantilla del Zaragoza, que debería ser mejor de lo que es para la inversión económica realizada, también da para más de lo que ha dado. Hasta qué punto puede llegar es lo que está por ver. Al técnico corresponde buscar soluciones para que las mezclas cuajen y encontrar el rumbo que ha perdido. Decidir cuál es el camino de regreso y acertar. Para triunfar en esta ciudad hay que saber convivir con estos momentos de enorme dificultad, saber surfearlos y sobrellevarlos con altura profesional y personal. Y superarlos, claro.

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