El Periódico de Aragón

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La primera eliminatoria de la Copa del Rey

Vergüenza histórica. La crónica del Diocesano-Real Zaragoza (1-0)

Un infame Zaragoza deshonra la Copa y su escudo y cae eliminado ante el Diocesano

Zapater observa un saque de banda ejecutado por el lateral derecho local Manu. CARLA GRAW

La infamia se recordará para siempre. Un mediodía de noviembre de 2022, el Real Zaragoza manchó su escudo y su historia con uno de los capítulos más vergonzosos de sus más de 90 años de vida. Incapaz de marcar un gol a un equipo recién ascendido a Segunda RFEF y que es penúltimo en su grupo tras haber encajado 18 tantos, el equipo aragonés caía eliminado de la Copa del Rey, el torneo que más alegrías le ha dado. El Diocesano estará en la siguiente ronda. El Zaragoza, en cambio, acumula una nueva ignominia. Y van demasiadas.

De nada sirvió cambiar de entrenador. Escribá, incapaz de evitar el espantoso ridículo, había avisado de que dotaba al partido de la misma relevancia que un encuentro de Liga. De ahí que eligiera un once plagado de supuestos titulares con la especial novedad de Eugeni formando en la parte izquierda de un 4-4-2 culminado con Giuliano y Gueye juntos de inicio por primera vez en toda la temporada.

Pero el Zaragoza de la primera parte fue el mismo desastre de siempre. Un martirio en todas las parcelas del campo y una tortura china en las dos áreas, la madre del cordero. El Diocesano, bien plantado con dos líneas de cuatro, se empleaba bien en la presión alta y apenas sufría en defensa ante un Zaragoza que trataba, con escaso éxito, de explotar el costado derecho con Fran Gámez y la velocidad de Giuliano en los balones largos. De Gueye había pocas noticias. Y todas malas.

Sobre un césped artificial que más parecía una pista de hielo para los zaragocistas, constantemente en el suelo, el equipo aragonés nunca impuso su mayor categoría. De hecho, suyos fueron los errores más graves, como uno de Francés en la salida que Margallo aprovechó para meter el primer susto en el cuerpo a un Ratón que sería protagonista poco después.

Zapater, con un ensayo que se fue muy alto, y Mollejo, con el único disparo a puerta de toda la primera mitad y al que Cordero respondió con solvencia, protagonizaron las dos acciones previas al tanto del Diocesano, perfecto conocedor de la extrema fragilidad y vulnerabilidad del Zaragoza en los centros laterales. Uno desde la derecha se topó con la impericia de Gámez para decidir entre despejar y controlar, lo que derivó en que el balón le golpeara la pierna antes de quedar franco para Sales, que cayó ante la salida de Ratón. El árbitro no dudó y señaló un penalti que el propio Sales transformaría para instalar de nuevo entre los zaragocistas las prisas, la ansiedad y ese insoportable miedo a la derrota que viene mostrando desde hace meses. 

La esperanza era Escribá y la confianza en que el experimentado técnico levantino hubiese levantado el ánimo y devuelto la fe al alma en pena que viene siendo un Zaragoza tan mediocre como vacío. Un doble cambio al descanso (Vada y Bermejo por Eugeni y Gueye) dejaba claro el nefasto partido de los dos últimos e invitaba a imaginar un Zaragoza más dinámico y rápido de mente para desarbolar la ordenada defensa extremeña.

Y la reanudación sí mostró un equipo aragonés más animado. La banda derecha seguía siendo la única vía explotable en los costados, casi siempre en busca de un Giuliano que reza cada noche para que Azón se recupere cuanto antes. Pero el Diocesano apenas sufría más allá de algún balón parado, como en un par de remates de Mollejo y Francés tras sendos saques de esquina que Cordero y la falta de puntería del central desbarataron para desesperación de un Zaragoza al que hacía tiempo que le temblaban las canillas.

Un penalti claro a Bermejo ignorado por el colegiado acabó de desquiciar al cuadro de Escribá, incapaz de hallar huecos en la nutrida defensa de cinco dispuesta por un Diocesano que comenzaba a creer en el milagro.

Larra, Francho y Puche trataron de dotar de más profundidad a un Zaragoza aterrado ante la posibilidad de volver a hacer historia en el peor de los sentidos, pero ninguno de ellos lo logró. Giuliano, que disparó flojo a las manos de Cordero, seguía siendo la única herramienta útil junto a la verticalidad de Bermejo, titular indiscutible ante tanta mediocridad y falta de calidad técnica en un equipo cada vez más enfermo y que precisa una intervención urgente.

No había nada que hacer. El Zaragoza, infame y vergonzoso, sucumbía ante un rival dos categorías menor pero ante el que volvió a arrastrar un escudo y una historia que insiste en seguir manchando.

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