La 18ª jornada de Segunda

Cambios que cambian

El peor Zaragoza liguero de la era Escribá remontó en el tramo final gracias a la pobreza del rival y a la mejoría que trajeron las entradas de Manu Molina, Eugeni o Gueye

Pape Makhtar Gueye y Bermejo, tras el gol del mediapunta que suponía el 2-1.

Pape Makhtar Gueye y Bermejo, tras el gol del mediapunta que suponía el 2-1. / JAIME GALINDO

S. Valero

Se ha acostumbrado el Real Zaragoza gris y acomplejado de esta temporada a que los cambios rara vez cambien el transcurso del partido. En el peor de la era de Fran Escribá, un encuentro plagado de dudas y nervios, de fútbol intrascendente y de ausencia de peligro real ante un colista que se adelantó en el marcador y que hasta pensó en dar la campanada en La Romareda mientras la grada ya perdía los nervios con Ratón en particular y con el equipo en general, esta vez el banquillo sí trajo buenas noticias. La mejoría que doblegó al Ibiza de Lucas Alcaraz en su estreno en ese banquillo y que se vino abajo en el tramo final llegó por los movimientos que hizo el entrenador en un Zaragoza gélido y sin ideas y que transmitió mucho más cuando el reloj ya corría hacia una derrota más que dolorosa y que podía marcar un punto de inflexión muy negativo.

Optó Fran Escribá por el relevo de un Jaume Grau en su versión más intrascendente para que Manu Molina, olvidado hasta ahora por el nuevo técnico, tomara el timón en la medular a falta de media hora y ofreciera sus mejores minutos del curso, ofreciéndose y dando soluciones, siendo rápido en la lectura de juego, sin pases repetidos y que no van a ningún lado como se había cansado de dar Grau. El Zaragoza se hizo más fluido con el onubense y tuvo un entusiasmo mayor con Gueye, muy limitado, pero intenso, contagioso en las formas y con ese espíritu que siempre suma. El senegalés también ofreció más que Mollejo, de gran e injustificado enfado al ser relevado.

Manu Molina ofreció más fútbol y rapidez mental a un Zaragoza que con Grau se llenó de pases horizontales e intrascendencia

El caso es que el Zaragoza fue a más contra un Ibiza que empezó a mostrar todos los nervios del mundo. Se liberó lo suficiente el equipo, tan escaso de fútbol, para que metiera en su área al rival y llegara un claro remate de Francho a dejada de Giuliano que ya rozó el gol que sí logró Jair tras un segundo intento de Vada después de un córner.

Eugeni fue decisivo en el gol final y Gueye dio más fe pese a sus evidentes limitaciones técnicas

Con el empate, con esa liberación y con La Romareda dando su mano sabiendo la mucha ayuda que necesita el equipo por encima de lo poquísimo que ofrece y valorando la inmensa valía de una victoria de oro puro. Apostó en la recta final, a falta de 10 minutos, Escribá por Eugeni y Zapater, talento y piernas más frescas y también se notó el efecto de ese doble relevo, en particular con el centrocampista tarraconense que ha vivido un inicio de curso a años luz de lo que se espera de él, perdido entre sus musas y la falta de minutos, pero esta vez salió para aportar de verdad, para sumar con el balón y dar al equipo más capacidad, además de un par de robos que no son su especialidad. 

El caso es que el Zaragoza ya tenía todo el control del partido y también le añadía la mejoría suficiente a su mortecina imagen del primer tiempo para encontrar el gol producto de esa fe tras dar un merecido descanso a un Nieto acalambrado. La fe de Gueye en el taconazo de Bermejo, su envío al área, el remate de Fran Gámez y el talento de Eugeni para poner el rechace de Fuzato al corazón del área, a Bermejo, y que llegara una diana más que vital, una remontada que convierte la victoria en un tesoro que el Zaragoza debe aprovechar para crecer de una vez por todas. 

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