La 18ª jornada de Segunda

Fuego en el hielo. La crónica del Real Zaragoza-Ibiza (2-1)

El peor Zaragoza de la era Escribá gana en el descuento tras un gélido partido ante el colista

Gámez aúpa a Bermejo, autor del gol de la victoria.

Gámez aúpa a Bermejo, autor del gol de la victoria. / JAIME GALINDO

Jorge Oto

Jorge Oto

El frío era helador. Y no solo por la gélida temperatura. También por un fútbol bajo cero en un partido entre dos equipos inmersos en serios problemas y con una acuciante falta de autoestima. Pero ese gol de Bermejo en el descuento fue fuego en el hielo para una Romareda que no vibraba así desde hacía tiempo. Demasiado. No corren buenos tiempos para el zaragocismo, ávido de ilusión y esperanza. Y de calor. 

La victoria del Zaragoza debe suponer el inicio de otra historia. Agarrotado, lento y tan frío como el mercurio, el conjunto aragonés fue un desastre durante una hora y un equipo de fútbol en la media restante. Ganó cuando dio sentido al juego y se soltó. Ganó porque se dio cuenta de que podía hacerlo. Ganó porque fue valiente. Ganó cuando quiso hacerlo.

El Zaragoza fue un desastre durante una hora y un equipo de fútbol en la media restante

Hasta que Escribá movió el banquillo, el Zaragoza presidió una ceremonia de la confusión. Ante un Ibiza ordenado y poco más, el equipo aragonés desquiciaba a La Romareda a base de pases horizontales entre los centrales, errores atrás tan groseros como graves y una desesperante falta de profundidad que amenazaban con provocar otro incendio en el estadio.

El Ibiza era un manojo de nervios, como quedó patente en los primeros compases de un encuentro plagado de imprecisiones y vacío de ocasiones más allá de una internada de Poveda que no culminó con un buen pase y un remate alto de Coke a la salida de un córner. Aunque la primera había sido de Giuliano, cuya galopada por la izquierda concluyó con un pase de gol a Francho que se estrelló en Azeez antes de hallar al compañero. 

El plan del Ibiza estaba claro. El equipo balear entregó el balón a un Zaragoza que casi nunca sabe qué hacer con él. Ante once, diez o nueve. En casa o fuera. Da igual. El ataque en estático de los aragoneses es un desastre, casi tanto como el estado de forma de Grau, de nuevo una rémora en la creación y en la gestión del partido.

Así que a los de Alcaraz les bastaba con el rigor para mandar sobre el choque y enfadar a una Romareda que estalló cuando Juan Ibiza aprovechaba una intolerable indecisión de Ratón, Grau y otros para marcar un gol de esos que parece encajar solo el Zaragoza. La Romareda ya no dejaría de cargar contra el meta, que volvió a fallar en la jugada posterior al no salir a por un balón que pasaba por su lado y que no acabó en gol de milagro. El frío era abrasador.

Hasta el descanso, el equipo aragonés se dedicó a maldecir su fortuna y a enredarse aún más en la telaraña tejida por Alcaraz a base de una buena selección de la línea de presión, intensidad, orden y disciplina. Poco más necesitaba el Ibiza para hacer daño a un oponente cada vez más confundido.

Por eso extrañó que Escribá no moviera nada al descanso. Ni jugadores ni dibujo. Eso sí, Francho era el que se ofrecía a los centrales para sacar el balón desde atrás, lo que agradeció algo un equipo plano y previsible.

Pero el estado catatónico del Zaragoza no variaba. De hecho, Ratón tuvo que intervenir en un par de ocasiones ante sendos intentos de Suleiman y Martín poco antes de que Nieto probara fortuna desde lejos. 

Pero todo cambió al cuarto de hora de la reanudación. Manu Molina y Gueye dieron otro aire a un Zaragoza que también agradeció la marcha de Grau y Mollejo, de nuevo intrascendente. Los nuevos no dieron al equipo nada del otro mundo, pero sí lo que necesitaba: entusiasmo, valentía y ganas. El andaluz se movía por todo el campo para ofrecerse a sus compañeros y el delantero, con todas sus limitaciones, contagió al resto su firme disposición a no dar un balón por perdido. Y eso a La Romareda, que no consiente los brazos caídos y la falta de arrojo, le gusta.

El Zaragoza comenzó a llegar más, pero sobre todo, mejor, aunque fue de nuevo el balón parado lo que le devolvió al partido. Un saque de esquina volvió a Vada tras un rechace y el segundo centro del argentino se fue directo a la cabeza de Jair, que volvió a exhibir su dominio de las alturas. El tanto devolvió la fe al equipo y a La Romareda.

Quedaba tiempo y el Ibiza entró en pánico. Los baleares se echaron atrás para proteger al menos un punto y Escribá tiró de Eugeni y Zapater para refrescar la medular. De nuevo, los cambios fueron clave. Una llegada desde la derecha de Gueye acabó con una sutil asistencia de Eugeni a Bermejo para que el madrileño encendiera La Romareda. Puro fuego. 

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