La 27ª jornada de Segunda
Bebé, el niño y las 'madres'. La contracrónica del Real Zaragoza-Alavés
El ilusionante debut de Pau Sans mitiga el dolor de la peor derrota de la temporada. El canterano fue la luz del Zaragoza más frágil del curso en el que manda el recién llegado

Pau Sans intenta superar el marcaje de Laguardia durante el partido ante el Alavés. / Jaime Galindo.

Su padre es de Manresa, pero él es aragonés de pura cepa. De los que veranean en Cambrils. Cuando le dijeron que el pasado viernes entrenaría en La Romareda con el primer equipo, a Pau Sans, cuentan los que mejor le conocen, se le iluminó el rostro y la mirada. Era el primer sueño cumplido de un zaragocista de cuna, un chico de 18 años recién cumplidos (los hizo en noviembre) que desprende luz y que este sábado debutó con el primer equipo. Su primer equipo. En medio de la oscuridad, la brillantez del juvenil redujo el miedo y el dolor provocado por el sopapo de realidad que se llevó un Real Zaragoza con más futuro que presente y en el que Pau Sans, renovado como ya avanzó este diario, por cuatro temporadas, abandera esa esperanza en que mañana será otro día. Y que saldrá el sol.
Acababa de marcar Villalibre el 0-3 cuando llegó el momento. El minuto 68 del partido ante el Alavés de la jornada 27 de la temporada 2022-23 permanecerá para siempre en el alma y el corazón de un futbolista descomunal que, con el 38 a la espalda, rescató de la desazón a un zaragocismo que recibió a su último cachorro con el calor de un padre. Abajo, en el verde, las madres eran unos jugadores zaragocistas más frágiles que nunca en defensa. Cuatro veces llegó el Alavés con un pleno de eficacia que desnudó las carencias y la debilidad de un sistema defensivo y un portero desconocidos.
Diez minutos tardó Pau en encarar a Sivera. Un pase en profundidad de Bebé que supera a los centrales, Giuliano tropieza y Pau, que siempre está donde corresponde, reta en el mano a mano al meta rival, que supera el duelo.
Cinco minutos más tarde, Pau estuvo aún más cerca. Un centro de Bermejo desde la derecha fue a parar a la cabeza del canterano, que remató como mandan los cánones para estrellar el balón entre Sivera y su poste derecho. El aragonés se echaba las manos a la cabeza. El 2-3 se escapaba por centímetros. La Romareda se relamía con el niño.
Ya por entonces, Bebé había recortado distancias justo después de la primera ocasión de Pau. El luso apenas lleva unos días en el Zaragoza, pero ya es capitán general de un equipo carente de líderes y galones. Los dos goles en dos partidos subrayan la trascendencia adquirida por un futbolista que se ha metido en el bolsillo a un sentimiento entero. Su golazo fue una delicia de esas que permanecen durante mucho tiempo en la retina y en la memoria colectiva. Eso y la bendita irrupción de Pau alivian el escozor. El varapalo duele, sí, pero menos. Sanará.
«Nuestra idea es dar continuidad a Pau», dijo Escribá tras el partido. Otro sabio.
Así que Bebé, el niño y las madres sumieron a La Romareda en un vaivén de emociones y dotaron al partido de un código indescifrable que provocaba que uno no supiera si reír o llorar. Enfadarse o creer. Echarse a temblar o soñar. Un cúmulo de sensaciones y sentimientos tan contradictorios como un Zaragoza al que a veces no hay por dónde cogerlo. Tras dos partidos seguidos sin encajar gol, se lleva cuatro en uno solo. Escribá, que aún no había perdido en La Romareda y con el que el equipo solo había recibido un tanto en cuatro choques, se vio superado por un Alavés hecho y derecho en el que las únicas madres son las que figuran en los tatuajes.
El Zaragoza, blando y frágil, cayó como debe hacerlo: con la cabeza alta y dejándose el alma. No hubo, por ello, reproche alguno de la sabia Romareda. De hecho, la vuelta a casa, dura y difícil, no fue a oscuras. Alumbraba toda la luz emanada por ese niño de 18 años que, como hicieron Francés, Francho y Azón, obliga a soñar. «Nuestra idea es dar continuidad a Pau», dijo Escribá. Otro sabio.
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