La 33ª jornada de Segunda

El Zaragoza de Pape. La contracrónica del Real Zaragoza-Albacete

El delantero, titular más de dos meses después, encarna la voluntad exenta de calidad de un equipo al que el fútbol se la hace bola. La Romareda aguantó sin pitar hasta que no pudo más

Gueye se lamenta durante el encuentro ante el Albacete.

Gueye se lamenta durante el encuentro ante el Albacete. / Jaime Galindo.

Jorge Oto

Jorge Oto

En realidad, el Real Zaragoza es como Pape Gueye. Todo voluntad, espíritu de trabajo y tantas ganas como poca calidad y escaso talento. Es posible, incluso, que la temporada 2022-2023 se recuerde como esa enésima campaña aciaga y mediocre de aquel Zaragoza de Gueye, ese futbolista que llegó para liderar un proyecto pero que no hizo sino acentuar la desesperante mediocridad en la que el club lleva instalado desde hace demasiado tiempo.

Gueye volvió a ser titular más de dos meses después. Su presencia en la alineación fue la gran sorpresa que guardaba Escribá, que ejecutó su propósito de enmienda. Hace justo un mes, el técnico había declarado que prefirió no sacar al campo al africano en los últimos minutos del encuentro ante el Burgos por el «runrún» que habría provocado su entrada en La Romareda y la afección que podría haber causado ese ambiente contaminado al equipo. Unos días después, en cambio, el valenciano advirtió que no volvería a pasar y que si Gueye tenía que jugar lo iba a hacer. Fuera o en casa. Desde entonces, sin embargo, solo había actuado un par de ratos en Lugo y Huesca. Esta vez volvió a hacerlo en casa. Ni pena ni gloria. Ni fu ni fa. Como el Zaragoza.

Y, esta vez, Escribá no se podrá quejar del recibimiento y trato de una afición que, a medio camino entre el sarcasmo y la esperanza, decidió arropar al delantero, al que animó en sus primeras intervenciones. Ayudó el esfuerzo y la ilusión del senegalés, que afrontó el desafió con tantos nervios como prisa. Vigilado de cerca por Glauder, pilar de una defensa integrada siempre por tres centrales, el delantero cumplió con lo que Escribá requirió de él. Energía en la presión, capacidad para bajar el balón y combinar con el compañero y colocación para un remate que, sin embargo, nunca llegó a ejecutar a pesar de la clara consigna de forzar centros desde los costados.

Un saque de esquina forzado, alguna trabajada recuperación y numerosos kilómetros recorridos, con mayor o menor sentido, bastaron para que La Romareda agradeciera el esfuerzo de un jugador del que hace tiempo que sabe perfectamente qué puede esperar y qué no. Es lo que tiene soportar tantos años de desilusión, desencanto y bochorno. Nadie está en condiciones de exigir nada a un zaragocismo tan harto de estar harto como de aguantar lecciones. Gueye es lo que es. Y el Zaragoza también.

El africano duró menos de una hora, pero Escribá lo mantuvo en el campo hasta el minuto 78. Daba la sensación, incluso, de que el entrenador se resistía al cambio por temor a una bronca de La Romareda que no existió. De hecho, hubo más aplausos que pitos al punta cuando se marchó al banquillo para dejar el puesto a Puche. Las palmas agradecían el esfuerzo del muchacho, que se fue exhausto.

Pero la gente quería a Pau Sans, ese juvenil que encarna algo totalmente distinto. Pau es hambre, ilusión, desparpajo y, sobre todo, futuro. Seis minutos le dio Escribá después de haberlo dejado sin ninguno en Huesca, pero suficiente para que el zaragocismo recuperara la sonrisa y las ganas de vivir. Una carrera, colmillo, veneno, instinto, fútbol. Todo eso representa Pau Sans, un futbolista en el que creer y al que La Romareda protege como un tesoro sagrado porque simboliza un mejor porvenir ante un pasado reciente y un presente marcados por una aborrecedora mediocridad.